sábado, diciembre 30, 2006

El gran regalo que tuvo José

A sus 53 años de edad, José era un hombre que había vivido cada Navidad —desde 1985— con el alcohol entorpeciéndole el cerebro. Él pensaba que ninguna celebración navideña era buena si no tenía el “toque” especial de una botella o de varias cervezas, con tal de olvidar sus pesares.
Ésa había sido la historia de cada 24 de diciembre: beber hasta perder los sentidos y luego hacerse el “centro de atención” en la reunión familiar, al grado tal, que muchas veces sus padres lo mandaban a dormir o a celebrar a otra parte, es decir, lo corrían de ese encuentro de familia.
Amén de la devoción que demostraba José en la celebración religiosa y en la ceremonia de la “acostada del Niño”, ninguna Navidad desde hacía 20 años había terminado bien para él.
Y es que su “gusto” por la bebida en esas fechas tenía que ver con la pérdida de su familia en la Navidad del 84, cuando un conductor ebrio chocó contra su automóvil, mientras se dirigía precisamente a la celebración de la cena navideña en casa de sus padres. Sólo él sobrevivió y su afición al alcohol nació hasta hacerlo esclavo, sin escape, del vicio.
El año pasado, durante la preparación de la cena navideña, José se presentó en casa de sus padres y pidió que lo disculparan porque esa vez no asistiría. Les dijo que prefería cargar su dolor solo y que creía que no necesitaba que los demás sintieran lástima por él, y menos que lo rechazaran.
El padre de José, hombre de 75 años, de rostro adusto y de pocas palabras, lo observó y después de beber un sorbo de su café le preguntó: “¿Estás seguro? ¿No quieres compartir nuestra mesa? A tus hijos y a María les encantaba venir y estar con nosotros”.
“Por eso no quiero estar —respondió José—, su recuerdo aún me duele y sería imposible soportar un año más así. Decidí luchar para superar esto, pero para lograrlo necesito vivir una Navidad únicamente para mí”.
“Bien, si ya lo pensaste... Pero sabes que aquí estaremos..., esperándote”, le respondió su padre.
Llegada la Nochebuena, José se dispuso a dormir sin tomar un solo trago. Esa noche sería la primera en la que lucharía contra el deseo de beber. Sin embargo, el dolor de los recuerdos alimentó sus deseos de empujarse una bebida. Las ganas eran tan fuertes, que para evitar caer decidió hacer algo de inmediato.
Entonces tomó su caja de recuerdos, ésa donde guardaba unas cartas que enviaba a María, su esposa, cuando eran novios, y además conservaba algunos “recuerdos” de sus dos hijos.
Mientras hurgaba con impaciencia, ahí, en el fondo y bien escondido, descubrió un pequeño sobre que no había visto durante los 20 años que había revisado el recipiente, quizás porque lo había hecho mientras los vapores del alcohol le embrutecían la mente.
Tomó el sobre y lo abrió..., en el interior había una cruz y una cadena, y ¡una carta con la letra de su hija! Apurado la leyó y al concluir lloró amargamente, como nunca lo había hecho. Habrá pasado una o dos horas..., pero lo cierto es que su llanto fue muy purificador.
Estaba decidido. José tomaría el sobre y de inmediato se arreglaría para acudir a la cena familiar; tenía que decirles que había comprendido, que ya no habría más bebida, que iniciaría de nuevo y no volvería a caer. Y así lo hizo.
En la casa de los padres de José la celebración había empezado; de suyo, la ceremonia del Niño recién concluía y se preparaban todos para el intercambio de regalos, al que por cierto el mismo José no se había incluido.
Al llegar a la reunión, José pidió a su padre que antes de continuar le permitiera hablar, pues tenía algo importante que decir.
De pie y con los ojos aún hinchados por el llanto, José dijo que había recibido su regalo de Navidad. Las miradas se clavaron en él. Ahí, en medio del grupo y enseñando el collar y la cruz colgados en su cuello leyó: “Hola papi, esta Navidad hemos prometido que no te haremos enojar, porque te amamos. Disfruta tu regalo y que tengas una feliz Navidad. Tu familia. 24 de diciembre de 1984”.
Ese día y después de 20 años, José recibió el mejor regalo de todas las navidades. Dios le concedió uno que casi había olvidado: la trascendencia del amor. ¡Feliz Navidad para todos!— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com

viernes, diciembre 15, 2006

El daño ya es muy profundo

Civismo. Conjunto de ideas, sentimientos, actitudes y hábitos que hacen de los individuos y grupos buenos miembros de las sociedades en las que se integran, y, según la Secretaría de Educación, da “las bases de información y orientación sobre los derechos y responsabilidades, relacionados con la condición actual y con la futura actuación ciudadana”.
Valores sociales bien definidos, como la legalidad y el respeto a los derechos humanos fundamentales, la libertad y la responsabilidad personales, la tolerancia y la igualdad de las personas ante las leyes, y en general la democracia como forma de vida son importantes.
Es un hecho que la cuestión cívica no se puede circunscribir a cursos formales o a la enseñanza de contenidos aislados. Hoy, ante tantas “muestras” de personajes de la política, los contenidos cívicos mantienen un carácter meramente declarativo y ejercen escasos efectos sobre la formación académica y ciudadana, antes bien sólo crean confusión.
Una de las grandes dificultades consiste en que a esta materia se le considera un compendio de normas y de leyes, sin ningún referente real. Si de lo que se trata es de hacerse responsables de la cosa pública, ¿cómo se pueden obtener resultados sociales adecuados si niños y jóvenes están inmersos en un torbellino político sin solución? ¿Cómo hacer buenos ciudadanos si las referencias cercanas contradicen los conceptos aprendidos? Hoy todo ha cambiado: quien grita, pega y falta al respeto a la autoridad es un “buen ciudadano”. Quien marcha, exige, bloquea el crecimiento de otros, pisotea los derechos de los demás y a las instituciones no sólo es un “buen ciudadano”, sino “mejor político”. Mandar al diablo a las instituciones, pero comer y aprovecharse de ellas es sinónimo de “caudillo”, de “excelente político” y de “gran patriota”.
Pasar por encima de los ciudadanos en decisiones impropias, inadecuadas y contra el bien común por parte de funcionarios de cualquier nivel ahora da la categoría de “buen mexicano”.
Justamente la premisa de que el buen ejemplo es el mejor maestro se aplica hoy día en México.
Contrario a una verdadera actitud cívica, el mal ejemplo se propaga y cunde no sólo destruyendo la conciencia colectiva ciudadana en nuestro país, sino también causando efectos divisores y destructivos de la sociedad misma.
Hoy, hacer mexicanos conscientes y cívicamente responsables es difícil frente a tanta porquería de quienes debieran ser ejemplo para la nación. Han hecho mucho daño sus manifestaciones sucias y, si no se actúa de una vez por todas contra ellos, el daño al país será más profundo.
Ningún representante de cualquier partido contribuirá a mejorar nuestra condición de país, de nación, en tanto no se cambie esa actitud y se pugne por el bien de México, esa nación que no existe por los políticos, sino por la riqueza y la diversidad de su gente.
Remate
A propósito de Civismo y del tema de la discriminación, coincido con los puntos de vista de una amiga que es maestra, sobre el problema de la Luis G. Monzón: “La moda hoy es la diferencia y la pluralidad de personas. Yo a quien responsabilizaría de esto es al sistema y a la sociedad, no a una trabajadora y profesional, pues al fin y al cabo ella es producto de esa sociedad y de la escuela que el sistema educativo ha formado... Artículos como el tuyo nos hacen ver a las maestras como irresponsables y criminales, cuando en verdad hacemos lo que podemos con lo que tenemos, pues el sistema educativo no nos ofrece condiciones humanas para ejercer nuestro trabajo de educar y transformar a la sociedad; en Mérida, hoy por hoy, existe un enfrentamiento entre las personas, en particular entre los padres de familia y las maestras”. Mis respetos y admiración para las maestras por su labor y aclaro que de ninguna manera creo que sean irresponsables y criminales. Vale reflexionar esto después.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com

miércoles, noviembre 29, 2006

Un caso vergonzoso

El caso de José Rodrigo León Pérez, niño con Síndrome de Apert que fue expulsado de una escuela pública de educación primaria, es vergonzoso y una muestra de que en nuestro país aún se discrimina.
El problema también saca a la luz las deficiencias de nuestro sistema educativo que, con el pretexto de tutelar un plantel escolar bajo la sombra del Programa de Escuelas de Calidad (PEC), invita a justificar cualquier acto discriminatorio contra una o más personas diferentes.
Al parecer, el personal docente de la Luis G. Monzón ha estado renuente a integrar a los niños con discapacidad, porque considera que esos pequeños afectan sus estadísticas como “escuela de calidad”, pero en realidad se trata de una clara discriminación y de falta de compromiso de las profesoras para trabajar con niños que padecen alguna discapacidad.
La desinformación parte del hecho mismo de que las maestras desconocen que la Secretaría de Educación publicó en el Diario Oficial las Reglas de Operación del PEC, que en la fracción III del apartado 3.2 dice que entre los sujetos que se beneficiarían con la “educación de calidad” están “los estudiantes con necesidades educativas especiales asociadas a una discapacidad” (D.O. 23-02-2006).
En el sentido estricto de la interpretación que las propias maestras hacen de lo que significa “escuela de calidad”, la Luis G. Monzón no se merecería el beneficio del PEC, toda vez que no cumple al 100% lo que las Reglas de Operación para 2006 exigen para ser acogidas en este programa.
Es un hecho que la clave para elevar la calidad de la educación no está en la mejoría material del sistema educativo, sino en la capacidad de organización de las escuelas y en el empeño que muestran para orientar con responsabilidad sus tareas al propósito fundamental de que todos los estudiantes aprendan, y recalco: ¡todos!
Mejorar la calidad en la educación que se imparte en las escuelas públicas de educación básica, con base en el fortalecimiento y la articulación de los programas federales, estatales y municipales, no es tarea de enanos, sino de verdaderos maestros, titanes que amen su vocación de enseñar.
Si de lo que se trata, como dice el PEC, es de recuperar a la escuela pública como unidad de cambio y aseguramiento de la calidad, y a los alumnos como centro de toda iniciativa, es seguro que en este caso los objetivos no están cumplidos.
Una escuela de calidad debe contar con una comunidad educativa integrada y comprometida, con una visión y un propósito comunes, y asumir de manera colectiva la responsabilidad por los resultados del aprendizaje de todos sus alumnos (equidad interna), y comprometerse con el mejoramiento continuo del aprovechamiento escolar.
Amén de la cuestión de la calidad educativa, el problema de la discriminación es un asunto muy grave en México. Discriminar es una acción de cobardía que refleja el temor a las diferencias y el miedo al compromiso con la naturaleza humana.
Los motivos para discriminar son muchos, pero el más común es la exageración de un aspecto accidental, como el color de la piel, haber nacido en determinado lugar, la posición social, una discapacidad, etcétera. Reconocer los valores del otro a pesar de sus carencias, cualesquiera que sean, nos dignifica y nos hace dar un paso más en el camino a la madurez. Ésa es una buena lección que debemos aprender y enseñar en casa.
Remate
La globalización en la que hoy vivimos constituye un proceso disparejo y hasta contradictorio. La “vieja educación”, como la llaman los “filósofos modernos”, implicaba la discriminación, en el entendido de que “las personas 'diferentes' perjudican a las 'normales' en el proceso educativo”. En el caso de los programas oficiales, la equidad se asocia muchas veces sólo al logro de una mayor cobertura. Esto es importante, mas no suficiente. Se trata de que la educación sea un factor que permita superar ese círculo vicioso de diferencias, a fin de que los estudiantes aprendan a vivir en ambientes de calidad..., y ahí no entran los “maestros de simple nómina”. Cabe recordar que la educación no se limita a lo que se recibe en las instituciones escolares, sino que implica, en primer lugar, a la familia, lugar donde se aprende o se mal aprende, sobre todo cuando de establecer diferencias se trata.— Mérida, Yucatán.

lunes, noviembre 20, 2006

La verdad es el secreto para ser libre

¿Alguna vez ha sentido la desilusión de descubrir alguna verdad, ésa que saca a la luz un engaño o una mentira? Seguro que sí. La incomodidad que ocasiona sentirse defraudado es una experiencia que nunca deseamos volver a vivir, y a veces nos impide volver a confiar en las personas, aunque no todas sean las causantes de nuestra desilusión.
La sinceridad, por el contrario, debe ser un valor que se tiene que vivir para que uno sea digno de confianza: este valor caracteriza a la gente por la actitud congruente que se mantiene en todo momento, basada en la verdad de las palabras en relación con las acciones: aunque decir la verdad forma parte de la sinceridad, actuar de acuerdo con ella siempre será un requisito indispensable.
Al inventar defectos o hacerlos más grandes en una persona, ocultamos el enojo o la envidia que le tenemos. Con aires de ser “francos” o “sinceros”, decimos con facilidad los errores que cometen los demás e incluso los mostramos como ineptos o limitados, ¿le suena familiar? Quizás..., ¿en algún conocido o político? En la historia del “Pastorcito mentiroso”, se cuenta que éste se la pasaba gritando: “¡Ahí viene el lobo!”, y cuando sus vecinos acudían para ver si era cierto y ayudarle, se caía de la risa. La fábula concluye que un día el lobo vino de verdad por sus ovejas, pero ya nadie le creyó. La enseñanza que sacamos de la historia de Esopo es muy difícil de vivirla hoy día.
Y es que, para ser sinceros, procurar decir siempre la verdad parece sencillo pero es lo que más cuesta trabajo. Justificar las verdades con mentiras piadosas, en circunstancias que calificamos como de baja importancia, donde no pasa nada, lleva a otra mentira más grande y así sucesivamente..., hasta que nosotros mismos terminamos creyendo que esa mentira es una verdad.
Mostrarnos como somos, en la realidad, nos hace congruentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Esto se logra con el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades y limitaciones, algo por demás faltante en la educación que damos y recibimos en casa, en la escuela y en cualquier lugar.
Y así es: ¡decir la verdad es asunto de valientes! Nunca se justifica mentir para no perder una amistad o por el buen concepto que se tiene de nuestra persona. La verdad nos da seguridad y nos convierte en personas dignas de confianza. A medida que nos acostumbramos a ella, la verdad se convierte en una forma de vivir, en una manera de ser confiables en todo lugar y en cualquier circunstancia.
De acuerdo con la Ciencia Política —no a la politiquería barata—, decir como Voltaire que la política “no es otra cosa que el arte de mentir a propósito” es un tanto exagerado para aplicarlo a la vida, aunque eso se hace; prefiero quedarme con esa maravillosa frase de: “¡La verdad os hará libres!”. Ésa es la mejor manera de definir y equiparar un valor que siempre tiene que ir unido a todo los demás en nuestra vida.
Remate
La información del Conteo 2005 del Inegi nos muestra que de cada 100 hogares en México 23 están a cargo de una mujer. Si tomamos en cuenta que la mujer es más sincera y por lo general acude a la verdad para mostrar congruencia en su vida, podemos asegurar entonces que la defensa y la enseñanza de la verdad en parte está a salvo, pues se incluye en el repertorio de la educación de los hijos. Es un hecho que no nos hacen falta “pastorcitos” que griten mentiras disfrazadas de verdad. Los hemos visto en la vida pública y ha sido suficiente. El valor de la verdad es uno de los más difíciles de vivir, pero es el que más nos hace fuertes y mejores seres humanos.
Por los niños
Hoy celebramos en el mundo el Día Internacional de los Derechos de los Niños y las Niñas. Sabemos que, por desgracia, a diario se violan los derechos de millones de niños y niñas en el mundo. Es un buen momento para recordar a las instituciones públicas y privadas, y a la sociedad toda, que hay que luchar para dar a los niños el cuidado y la asistencia que necesitan; y en este punto, nunca hay que olvidar la responsabilidad primordial de la familia.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com

domingo, noviembre 12, 2006

“Yo cambiaría a mis papás”

“No puedo hablar con mis papás, porque no me comprenden”, me dijo Eduardo, un adolescente de 14 años, mientras enojado golpeaba insistentemente el borrador de un lápiz en la mesa.
“Mi papá dice que no quiere cometer los mismos errores que mis abuelos y por eso quiere estar cerca de mí y dialogar..., dice que quiere ser mi amigo, pero sé que aunque lo intenta, no puede”.
Eduardo pertenece a una familia “acomodada”, como le dicen sus compañeros. No tiene ningún problema de tipo material. Por el contrario, estudia en una buena escuela, tiene ropa de marca muy bonita y cara, e incluso, si es necesario y donde esté, una persona —un chofer— puede ir por él a la hora que sea.
Pero le molesta la actitud de sus padres, aunque sabe que la molestia y el enojo no resuelven nada, por el contrario, complican las cosas: “Ellos no escuchan..., cuando preguntas cualquier cosa te responden con otras preguntas o con prohibiciones. Yo creo que lo hacen porque no desean hablar de algunos temas..., por eso no hablo de todo con ellos”.
Sin duda los padres de ahora son diferentes a los padres de antes. Yo recuerdo que mi mamá se ocupaba de nosotros —seis hijos—, de la crianza, del cuidado, el colegio, los amigos que teníamos y de mis hermanas; mi papá, por el contrario, era el responsable de que no nos falte nada y para eso trabajaba todo el día, casi ni lo veíamos; hoy es distinto, en los matrimonios modernos ambos se ocupan de los hijos y pienso que así es como debe ser.
¿Por qué antes, si supuestamente los padres eran más estrictos, la vida familiar era mucho mejor a la de ahora que los padres son más “comprensivos”?
En el “antes”, la educación era muy moralista, prohibitiva, pero se aprendía el respeto, las buenas costumbres. “Ahora” se ve por todos lados la falta de moral de las personas, la mala educación y mucho más delincuencia en el país, sobre todo juvenil. “Ahora” y “antes”, para la educación, son conceptos muy abstractos.
Yo creo que la razón más importante de esta diferencia es que los padres de ahora son temerariamente permisivos. Por no esforzarse en la disciplina o quizás por estar tan hundidos en lo laboral, dedicándose a hacer dinero dizque para darles una mejor vida, les permiten todo a sus hijos.
Eso ocasiona que en la adolescencia los hijos se vuelvan intolerantes y acostumbrados a que les cumplan sus caprichos, y tienen cero tolerancia a la frustración, lo cual es muy peligroso.
Los extremos no son buenos, ninguno. Sin embargo, aterra saber que los jóvenes son conscientes de que la situación es controlable con berrinches, “enojos”, fugas de casa, amenazas e inclusive violencia. Eduardo añade: “Me permiten hacer de todo, siempre que yo les diga todo lo que hago. Claro que eso es imposible, porque yo sé que sólo hablan de dientes para afuera. Por dentro es seguro que me quieren controlar”.
A mí se me ocurrió preguntarle a este joven que si tuviera la oportunidad de hacer algo que cambie su situación qué haría, pero su respuesta me dejó helado y me hizo reflexionar: “Tú y yo somos diferentes, así que, definitivamente, yo cambiaría a mis papás”... Con esto sólo se me ocurre pensar una cosa: ¡Qué gran tarea es ser papá!
Remate
Es un hecho que los padres de ahora no queremos caer en los “errores” que cometieron nuestros padres con nosotros y por eso cuidamos mucho la educación de nuestros hijos; sin embargo, los extremos son malos. Permitir mucho es como abrir las puertas para recibir un golpe sorpresivo. Los tiempos cambiaron y ahora que hay mucha comunicación, más tiempo, más demostraciones de afecto, de cariño y más juegos, los padres se ajustan; empero, ahora los hijos demandan más dedicación y saben cómo aprovechar esta situación para lograr sus caprichos. El compromiso de ser buen padre debe ir acompañado del compromiso de los hijos, pues la tarea principal al educar es enseñar a ser libres para aprender a vivir. — Mérida, Yucatán.

sábado, noviembre 04, 2006

Los derechos humanos son un asunto de obligaciones

Mi madre, que era ignorante pero
tenía un gran sentido común,
me enseñó que para asegurar los
derechos es necesario un acuerdo
previo sobre los deberes —Gandhi

Cuando en la familia se educa a los hijos, lo primero que se enseña es el respeto a los demás. Es el primer contacto en la educación con los derechos humanos, y la persona lo tiene en casa.
Junto a este primer encuentro, la educación en la familia se complementa con las obligaciones que cada quien debe guardar. Entonces llega el consejo: “No hagas a otros lo que no quieras que te hagan”.
Estos sencillos conceptos nos llevan a que la buena educación tiene dos vertientes: el respeto a los derechos de los demás y el cumplimiento de ciertas obligaciones.
Y hablo de esto ahora que tantas asociaciones civiles y ONGs ponen en la mesa de la discusión el asunto del respeto y la defensa de los derechos humanos ante muchos conflictos en el país.
El escritor noruego Jostein Gaarder dice que se necesita dar un paso más en el compromiso global por la justicia y el desarrollo. “Se requiere una declaración de obligaciones humanas —dice—, pues no tiene sentido hablar de derechos si no se marcan unas responsabilidades”, como se hace en casa con los hijos.
Muchos sabios recuerdan que una persona que no sabe obedecer no debería mandar y que sólo exigiéndose a sí mismo será posible exigir a los demás. Asimismo, sólo se puede hablar de derechos cuando los deberes están reafirmados y las obligaciones contempladas.
¿Cómo defender los derechos de quienes no cumplen sus obligaciones? Ésa es una interrogante que se debería plantear antes de emprender la lucha por una causa que se cree justa.
En las autoridades se incluyen personas a quienes también se les debe el respeto que de ellas se exige. Por supuesto que por mandato constitucional quienes tienen mayor responsabilidad en este sentido son las autoridades, los servidores públicos, pero también es cierto que si para hablar de la tarea de proteger los derechos de todos se mencionan la justicia, la paz y la libertad, no se puede menospreciar que para el bien común y el orden público es necesario que cada uno cumpla sus obligaciones sociales y asuma las consecuencias por no hacerlo.
Es imprescindible que cuando se investiguen cuestiones de derechos humanos se tomen en cuenta las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas, pero también las obligaciones que las leyes de cada gobierno imponen. De otra manera habría un caos. Los delincuentes se sentirían protegidos por encima de las víctimas, como sucede en ciertos casos que se defienden a capa y espada.
Uno de los más grandes retos para todos consiste en la necesidad de crear y utilizar mecanismos sencillos y moralmente justificables para aumentar y hacer más eficiente la cooperación en este sentido. Hay que considerar que en este tema se incluye, de por sí, la enorme tarea de aleccionar a la persona sobre su convivencia con los demás; dicho de otra manera: mi libertad termina donde empieza la del otro.
Para la sociedad actual, tan preocupada en ventilar los derechos de los ciudadanos, conviene recordar las palabras de Gaarder y decirles a todos —hombres, mujeres, jóvenes y niños— que para que los derechos tengan efecto conviene también darle su importancia a las obligaciones.
Remate
¿Cuánto tiempo seguiremos hablando de derechos sin concentrarnos en la responsabilidad de las personas? Como en la familia, primero hay obligaciones relacionadas con la conducta personal y luego la exigencia del respeto de los propios derechos. Hoy existen cientos de organizaciones que trabajan para hacer valer los derechos humanos, pero muy pocas se preocupan de las obligaciones. Si tomamos en cuenta que la ética se basa en la regla de oro “compórtate con los demás como quieras que se comporten contigo”, entonces hay que considerar que las buenas relaciones se basan en el cumplimiento de las responsabilidades. Entender esto es un paso más para comprender los derechos propios y para respetar y defender los de los demás.— Mérida, Yucatán.

domingo, octubre 29, 2006

Hay que vivir con una esperanza

Pensar en morir nos enseña a vivir, mas no se sabe vivir si no se busca trascender después de morir. La trascendencia del ser humano no se prepara, se vive, se experimenta. Se siente y la sienten quienes te rodean. Traspasa el tiempo, el lugar..., en la presencia y en la ausencia.
¿Alguna vez ha tenido usted la tranquilidad de hablar con alguien cercano de lo que piensa de la muerte? Yo me he enfrentado al problema de que cuando lo he intentado siempre parece que aún no es tiempo para hablar de ello, y que es un tema pesimista. Sólo mencionar a la muerte deprime.
Sin embargo, creo que es algo de lo que se debe hablar. Sirve como reflexión personal y como una justa evaluación de la persona.
Es cierto que la vida implica cierto ritmo y en él siempre está presente la muerte. Por ejemplo, cuando el corazón deja de latir, el cuerpo muere; cuando los impulsos cerebrales se detienen, la mente muere; y cuando dejamos de amar o de cultivar sentimientos, el alma también muere.
La muerte está involucrada con la vida, pues está hecha de recuerdos: si no tuviéramos memoria, cada instante sería como volver a nacer y, paradójicamente, si no olvidáramos, cada momento sería como una eterna muerte: al recordar damos vida a las cosas; de ahí la importancia de vivir de tal manera, que quienes están más cerca de nosotros nos recuerden, nos mantengan vivos, nos hagan trascender en el tiempo.
Sin muerte no hay posibilidad de vida y sin olvido el recuerdo carece de sentido: cada vez que olvidamos algo por completo sentimos que una parte de nuestra existencia ha desaparecido, como si jamás la hubiéramos vivido; por el contrario, cuando evocamos un recuerdo y somos capaces de traer a nuestras mentes todos los detalles de aquel momento, de aquella persona, experimentamos una extraña sensación, como si el tiempo hubiera regresado.
Están cercanas las fiestas de nuestros difuntos, por lo que es buen momento de pensar en la muerte como un evento íntimo y propio del ser humano, para entenderla en su justa medida y sobre todo para vivir mejor.
Remate
La educación actual no nos prepara para enfrentar a la muerte, sino para evitarla. Recuerdo que cuando estudiaba la secundaria estaba molesto con Ernesto, un gran amigo, un hermano, porque había muerto. Esa fue mi primera experiencia consciente ante un evento tan impactante; nadie me preparó para enfrentar un asunto de tal magnitud. Después de tantos años entiendo que por eso no aceptaba la ausencia de Ernesto: sentía miedo y justificaba esos sentimientos creyendo que al estar molesto y con temor entendería lo que había sucedido, pero no fue así. Pasé mucho tiempo con esa idea hasta que entendí y lo acepté. Tarde o temprano la realidad se impone para un niño o para un adulto, y se comienza a asumir la verdad de la muerte. Introducir en los diálogos familiares un tema como éste es sin duda controvertido. Es difícil hablar de esto, pero no deja de ser importante. Se trata de pensar en la muerte para mejorar nuestra vida. Hoy tengo gente cercana a mí con enfermedades terminales o degenerativas. Irónicamente son ellos quienes me enseñan a vivir, y así me preparo para cuando llegue el momento de trascender. Tenemos que vivir siempre con una esperanza: la de afrontar de una manera optimista a la muerte —cuando llegue—, pues, como decía Fenelón: “La muerte sólo será triste para quienes nunca hayan pensado en ella”.— Mérida Yucatán.

lunes, octubre 23, 2006

También debe haber dignidad en la muerte

La muerte es el resumen de la vida y el cementerio —el dormitorio (del griego koimetirion)— es el lugar físico destinado al sueño eterno y parte de la historia personal, familiar y de un pueblo.
Cuando nuestro Cementerio General fue inaugurado en 1821, tanto difuntos ricos como pobres “convivieron” en el lugar; sin embargo, al reducirse los espacios, se abrieron otros panteones y, al parecer, un extraño fenómeno sucedió, pues el camposanto General, hoy una ciudad dentro de la ciudad, quedó en el abandono, en el olvido.
Si tomamos en cuenta que este lugar de reposo eterno guarda parte de nuestra historia de los últimos 185 años, es imposible entender el grado de inseguridad, el irrespeto y la maleza que crecen ahí con tanta libertad.
Viene al caso tomar como ejemplo a algunas civilizaciones que dan mucha importancia a la muerte. Algunos consideran un honor acompañar a un moribundo, es un mérito. Se trata de un signo: “Caminaré el último tramo de la vida contigo”. Más aún, el lugar donde los muertos descansan —el koimetirion— se considera tan sagrado, que quien osa perturbar el sueño de los que ahí reposan o es irrespetuoso puede pagarlo con su vida.
El caso de la señora Rosa Aguilar González, quien el pasado domingo 10 de septiembre fue víctima de robo en el Cementerio General (D. de Y., 14-09-2006, “Voces del Público”), es una muestra más de la falta de interés de las autoridades municipales por honrar la memoria de su pueblo, de su historia, por guardar respeto a esos yucatecos que ahí se encuentran.
Vale la pena recordar las observaciones que la señora Aguilar hace, pues son una parte de las obligaciones que las autoridades municipales deberían cumplir, pero no lo hacen.
1. Al parecer no hay vigilancia policiaca..., si la hay no es la adecuada ni la suficiente. 2. En la administración del lugar sólo está un señor grande... 3. Falta mantenimiento... Sólo se le da cuando se acerca el día de los difuntos... 4. Presencia de personas extrañas en los alrededores, que beben, fuman y ponen en riesgo la seguridad y la integridad de quienes acuden a visitar a sus difuntos.
El Reglamento de Panteones o Cementerios del Municipio de Mérida vigente determina —en sus artículos 14, 15, 17, 39, 44, 46 y 47— que estas anomalías no deben suceder. ¿A quién exigir la aplicación de ese ordenamiento? En ningún lugar del documento dice que el mantenimiento y la vigilancia se deba hacer por única vez, un mes antes de celebrar a los difuntos o el mero día de las celebraciones.
Ojalá que todos —sobre todo las autoridades— se preocupen por preservar las tumbas de sus muertos y los monumentos más representativos y llamativos del Cementerio. No basta hacer un llamado a las autoridades municipales para que trabajen, ¡tienen que trabajar!, cumpliendo una obligación que la ley manda. Lo más grave es que el de Rosa Aguilar no es un caso aislado; hay más, pero nadie denuncia, porque de todas maneras los afectados saben que no hay quien les quiera ayudar.
Remate
Fui al Cementerio General a visitar algunas tumbas de personas muy queridas y descubrí otras anomalías. Entre ellas están el robo de flores depositadas en las tumbas y los cristales de algunos nichos, algunos mausoleos y criptas están destruidos, claramente por actos vandálicos, y hay tumbas cuyas tapas están caídas. Muchos investigadores coinciden con que los cementerios son los reflejos más vivos de las tradiciones y parte de la historia de un pueblo. Entonces, ¿cómo podemos decirnos civilizados si no somos capaces de cuidar el lugar de reposo de nuestros difuntos? Justo es que los dejemos descansar, pero en un lugar digno. A nuestros muertos no hay que recordarlos sólo un día, sino todo el tiempo; si en vida no supimos o no pudimos darles lo mejor, aunque sea ahora y de esta manera debemos demostrarles ese amor y respeto que les decimos tener.— Mérida, Yucatán.

miércoles, octubre 18, 2006

El matrimonio hace una diferencia sustancial

La familia no existe si no hay un acuerdo mutuo entre un hombre y una mujer para formarla. De igual modo, esa familia tampoco se consolidará si tal acuerdo no se prolonga hasta el punto de terminar en el momento en que cualquiera de los dos muera.
En este asunto, hay que darle la importancia debida a las razones por las que el matrimonio debe consolidarse para la educación de los hijos. La mayor parte del valor que las madres y los padres les dan a sus hijos es debido al hecho de que ambos son diferentes y, al cooperar en conjunto, complementándose uno al otro en sus diferencias, proveen infinidad de cosas buenas para los hijos.
De acuerdo con la publicación Psicología Hoy, “la paternidad resulta ser un fenómeno complicado y único, con consecuencias enormes para el desarrollo emocional e intelectual de los niños”. El doctor Kyle Pruett, de la Facultad de Medicina de Yale, dice que los padres son importantes simplemente porque “no hacen el trabajo de las madres”. El padre, como hombre, contribuye de forma única a la tarea de criar a los hijos, algo que una madre no puede hacer. De la misma manera, la madre, como influencia femenina en la crianza de los hijos, tiene un impacto sin igual en la vida y en el desarrollo de los hijos.
El amor del padre y de la madre son dos tipos de amor cualitativamente diferentes. Erik Erikson dice que el padre “ama más peligrosamente” porque su amor es más “expectante, más instrumental” que el amor de la madre. Y yo estoy de acuerdo con él: los niños necesitan la ternura de la madre y la rudeza del padre.
Por ejemplo, diga usted si no, las madres y los padres reaccionan de manera diferente con los bebés. Mientras las madres son más propensas a proporcionar un cuidado afectuoso y de nutrición a un bebé que llora, el padre no. Esta diversidad en sí provee a los niños una experiencia más amplia y más rica para contrastar interacciones de parentesco, algo que no adquieren los niños criados sólo por la madre o por el padre. Los niños, aunque no se dan cuenta, están aprendiendo a temprana edad y por pura experiencia que los hombres y las mujeres son diferentes y que tienen diferentes maneras de enfrentar la vida, a otros adultos y a sus hijos.
Comparemos. Los padres tienden a jugar con sus hijos y las madres a cuidar de ellos. Los padres cosquillean más, y forcejean y juegan a tirar a sus hijos hacia arriba para luego recibirlos; algunas veces persiguen a los hijos jugando a que son “monstruos” espantosos, o sea, los padres son más escandalosos al jugar, mientras que las madres son más tranquilas. Las madres acurrucan a los bebés y los padres los hacen saltar. Los padres juegan brusco con ellos, mientras que las madres son más dulces.
Los padres fomentan la competencia y las madres, la equidad. Un estilo enseña la independencia, mientras que el otro les da seguridad. Y así, sin nadie percibirlo, se fomentan los valores en la persona, se enseña a ser humano.
Que los padres estén interesados en proveer un desarrollo infantil apropiado contribuye a consolidar el matrimonio y a la familia.
La falta de uno de ellos les roba a los niños las oportunidad de percibir diferentes experiencias para la vida, las cuales son necesarias. Como resultado, los niños que crecen en un hogar en el que sólo está la madre o el padre sufren profundamente por la falta de confianza, de independencia o de seguridad. Lo peor es que, a medida que entran en la etapa adulta, es menos probable que tengan un respeto saludable por los hombres y por las mujeres.
Así, creo que vale la pena promover matrimonios sólidos, bien pensados, con la mira puesta en el bien de los hijos, pues en ese sentido también se buscará el bien de la pareja.
Apunte final
Hay que aclarar que el matrimonio no es una imposición religiosa ni gubernamental sobre la cultura. Fue establecido por Dios y es exigido por la naturaleza que Dios ha otorgado al ser humano. Nosotros interferimos en él por cuenta y riesgo propio. Los niños que crecen dentro de un matrimonio sólido se desempeñan mejor en todas las medidas del desarrollo intelectual y académico, son más compasivos hacia otras personas y tienen menos probabilidades de tener problemas en la escuela, en su casa o con la policía. Además, es posible que no usen drogas ni estén involucrados en comportamientos violentos o en actividades sexuales antes del matrimonio y embarazos. No es común que los niños que viven en un matrimonio sólido vivan en pobreza o sean víctimas de abuso físico o sexual. Las investigaciones son claras: El matrimonio hace una diferencia sustancial y positiva en la vida de las personas y eso debemos valorarlo, porque es la base de toda familia, siendo que ésta, finalmente, es una célula importante que conforma a la sociedad.— Mérida, Yucatán.

Vejez: enseñanzas de la vida

“Lo siento, pero no me gusta nada esto de estar viejo, me enferma”, me dijo un día don Manuel, un hombre de 70 años con quien ya tengo la costumbre de platicar cuando me encuentro con él.
En contraste, leía que una maestra española de secundaria y estudiante de la licenciatura en Filosofía, Magdalena Vignau de Aguirre, asegura que cada vez que piensa en la ancianidad lo hace con temor, “pero de no llegar a ella”.
Es un hecho que hoy mucha gente resalta lo negativo de la vejez, pero para no lastimar a las personas mayores la llama con delicadeza “tercera edad”. ¿Qué ha pasado con la ternura de las palabras “viejito” o “anciano”? Se dice que la vejez se vive de acuerdo con la experiencia que de niño se tuvo con las personas ancianas más cercanas.
Personalmente puedo decir que tengo recuerdos muy gratos y edificantes que provienen de encuentros con mucha gente anciana.
En primer lugar, mis abuelos a quienes pude conocer. Todavía recuerdo que disfrutaba ir a casa de uno de ellos, porque encontraba muchos tesoros ahí, pero sobre todo porque él nos platicaba sus aventuras y experiencias de niño y de joven, y disfrutaba escuchando todas sus anécdotas.
No hay nada más hermoso que platicar con un anciano, beber su experiencia y su sabiduría anima a vivir. Y aunque podemos alcanzar la plenitud espiritual desde las primeras etapas de la vida, lo ideal es llegar a la ancianidad y desarrollarnos en todos los aspectos intelectual, espiritual y socialmente.
Si bien es cierto que nuestros viejitos no pueden realizar las mismas proezas de los 20 años, también lo es que han ganado en experiencia y sabiduría.
Nada en la vida es gratuito, excepto la vida misma. El ser humano, por cuestiones de un ciclo de vida, pierde en el aspecto físico pero gana en el vivencial.
En este período de la vida el papel de la familia es fundamental. El apoyo emocional y las relaciones familiares significativas son de mucha ayuda en el proceso de vivir la vejez con alegría.
La dimensión física y psíquica del hombre están condenadas a sufrir un inexorable declive tras unos años de plenitud; asimismo, nuestra dimensión espiritual tiene la vocación de un continuo crecimiento hasta el momento cumbre de la muerte.
Los ancianos juegan un papel de suma importancia en la vida familiar, sobre todo en los niños: son su unión con el pasado y el signo viviente de la trascendencia del ser humano. Por lo pronto, yo quiero llegar a viejo y disfrutar de lo que la vida y muchos ancianos me han enseñado. Ojalá que Dios me conceda esa dicha.
Remate
Creo que los seres humanos no tememos llegar a la vejez o a la muerte, sino a la posibilidad de llegar solos y sin afecto. La caída del cabello, la piel arrugada y el caminar lento no son las verdaderas razones por las que tememos, sino porque llegue el día en que los que amamos dejen de planear junto a nosotros y comiencen a planear para nosotros. Es la posibilidad de perder el amor. La vejez no necesita ser una almohada llena de recuerdos sobre la que descansemos en el ocaso de una vida plena. Seguiremos siendo personas capaces de ser amadas, con las mismas necesidades de siempre, aunque nuestro físico sea diferente; necesitamos amar y ser amados hasta el día de la muerte. ¡Benditos los ancianos! Los viejos no sólo merecen respeto, sino el pago justo de una vida vivida para otros, un paso para trascender en la vida familiar ahora y después de la muerte.— Mérida, Yucatán.

Los ángeles sí existen hoy

Hace poco buscaba la oración correcta del “Ángel de la Guarda”, una de esas investigaciones que se me ocurren, “tan sólo por aprender algo más”.
Encontré un artículo de Martha Morales sobre los “Ángeles Custodios”. Entre las cosas interesantes, hubo un concepto que inició una buena reflexión: los “ángeles custodios” —o “Ángeles de la Guarda”— son “grandes aliados para vivir la coherencia de vida”.
A partir de ahí, analicé si en mi vida he sentido la influencia de algún “ángel custodio”; busqué entre los recuerdos y sentimientos a esos grandes aliados que me han ayudado a “vivir con coherencia”. Y descubrí que esos ángeles sí existen y que han estado más cerca de lo que suponía.
Por mucho tiempo los he llamado papá, mamá, hermanos, hijos, esposa, confesor y amigos. Sin embargo, cualquiera que sea el nombre con el que los llame, siempre serán “ángeles custodios”.
Y es a lo largo de mi vida he tenido junto a mí personas que han puesto el punto exacto en muchos momentos claves.
Así, puedo mencionar a gente que siempre ha estado pendiente de mí para apoyarme cuando más lo necesito. Desde hace mucho que esas “presencias” me han acompañado. Por ejemplo, de niño fueron Juan Ernesto y su familia. También Víctor, Ileana, Alina, la madre Pilar y mucha gente que se quedó conmigo para siempre.
Cuántas cosas se aprenden de simples lecturas, a veces pequeñas y aparentemente sin importancia; ciegos que somos, dejamos pasar tantas lecciones que pasan ante nuestros ojos para crecer.
Sor María de Jesús de Ágreda, mística del siglo XVII, decía: “Hemos de ser agradecidos al beneficio que Dios nos ha hecho en darnos ángeles que nos asistan, enseñen y encaminen en las tribulaciones y trabajos. Este beneficio lo tienen de ordinario olvidado las personas..., y por este olvido se privan los hombres ingratos de muchos favores de los mismos ángeles”; por eso, sé que estoy a tiempo de decir gracias Beto y Gina, gracias Marcos y Genny, gracias Luis Jorge y Paty, y gracias Pepe.
Pero si he de ser muy justo y coherente, como esos “ángeles” me han enseñado, debo dar las gracias a quien no sólo le ha dado razón a mi vida, sino que ha sido más que un “ángel de la guarda” que Dios me ha regalado: Nora, gracias por estos años de matrimonio maravillosos.
Remate
Sin menospreciar la importancia divina de los “Ángeles Custodios”, esta reflexión me lleva a otro tema igual de importante: el matrimonio. La realidad social prueba que el matrimonio aún marca la diferencia. En el libro “The Case for Marriage”, publicado en Estados Unidos, las sociólogas Linda Waite y Maggie Gallagher demuestran con datos los beneficios que a largo plazo supone el matrimonio para las parejas y para la sociedad, beneficios que justifican que el matrimonio sea tratado como una opción social preferente. Su conclusión es que el matrimonio es lo más parecido a un seguro de vida de largo alcance. El matrimonio y la familia proporcionan un sentido de dependencia, el sentido de amar y ser amado, de ser absolutamente esencial para la vida y la felicidad de los demás. Esto da una perspectiva diferente para afrontar los problemas porque hay personas que dependen de ti, que cuentan contigo o se preocupan por ti. De ahí que celebro participar de esa vida familiar y matrimonial que me enriquece cada vez que despierto y continúa cada vez que me duermo. En una misa a la que asistí hace poco, el presbítero preguntaba: “¿Hacia dónde vas?”. Confieso que la respuesta aún la analizo dentro de la dimensión del matrimonio, pero creo que tiene que ver con la felicidad de dos que se vuelven uno. Vale la pena reflexionar en esto.— Mérida, Yucatán.

La familia, víctima del machismo

Desde hace años la promiscuidad y la infidelidad existen; antes se disimulaban, a fin de evitar escándalos sociales y vergüenzas familiares. Era común ver a familias numerosas, en las que los hombres se sentían orgullosos de tener la capacidad de mantener a todos, incluyendo a hijos e hijas frutos de sus “travesuras” sexuales.
La irresponsabilidad se “compensaba” “cumpliendo” (o al menos eso se creía) al responder económicamente por todos los hijos.
Al parecer, la sociedad masculina “evolucionó” en errores más graves: aún suceden las “travesuras” con sus consecuentes frutos, pero ahora la irresponsabilidad de no mantener ni sostener a los afectados empeora las cosas.
Para nadie es un secreto el alto índice de madres solteras a las que les toca sacar adelante a sus hijos solas. Muchos hombres, al saber que su novia, compañera, amiga o esposa está embarazada se esfuman y le dejan toda la responsabilidad a la mujer.
En el tema de la paternidad responsable, en nuestro país se han creado leyes que permiten exigir que los hombres cumplan la manutención de hijas e hijos, producto de relaciones de pareja; sin embargo, aún no son suficientes los marcos legales, pues queda un “saldo cultural” que es el “escudo protector” de los hombres. Lo peor es que ahora se protege bajo el manto de la desfachatez y la irresponsabilidad.
En el “Foro para el análisis de la situación del derecho y obligación a la pensión alimenticia en el Estado de Yucatán”, celebrado el 28 de agosto en el Salón Constituyentes del Congreso, se trataron problemas relacionados con los padres que, con cualquier motivo, se desentienden de sus familias.
Destaca la declaración que la procuradora de la Defensa del Menor y la Familia, licenciada Patricia Gamboa Wong, hizo: “La procreación conlleva un deber ético: la obligación de cuidar y proteger a los hijos”. Sin embargo, es un hecho que muchos padres evaden esta obligación debido a los enfrentamientos que tienen con su pareja, y quienes sufren las consecuencias son precisamente los hijos.
Amén de lo que representa la irresponsabilidad de no mantener a la familia (entendiéndose ésta como grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas, o los ascendientes, descendientes, colaterales y afines, hijos o descendencia), la paternidad responsable no se reduce a sólo engendrar, sino también a garantizar la pensión alimenticia y el pago de los colegios... Y aún va más allá.
Para las familias modernas, por una parte existe una conciencia más viva de la libertad personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la procreación responsable y a la educación de los hijos.
“Esto conduce a la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, para una ayuda recíproca espiritual y material..., a su responsabilidad en la construcción de una sociedad más justa” (Familiaris Consortio no. 6).
Para mí, la paternidad tiene que ver con que los hijos sepan que en el papá siempre encontrarán un oído atento, un amigo, un apoyo para levantar el vuelo y un consuelo cuando se enfrenten al fracaso..., lo material se da por añadidura.
Remate
Para el problema de la irresponsabilidad masculina en la manutención económica de la familia urge una solución. Si para ello las leyes deben ser más rigurosas, que así sea: es trabajo legislativo pendiente. Sin embargo, urge la reflexión sobre una recomposición del concepto: a la paternidad hay que entenderla como la posibilidad de disfrutar de la cocreación de un nuevo ser y de acompañarlo en el crecimiento espiritual y físico. Se trata de experimentar el goce de vernos trascender a partir de la transmisión de los valores humanos, pues sólo “regalar” un apellido cualquiera lo hace.— Mérida, Yucatán.

¿Sabes, Ramiro? "Yo sí te necesito"

Ramiro tiene 24 años de edad. Por la confianza, me cuenta emocionado algo de su vida: “En este mundo material, tus supuestos amigos no te ayudan, sino que ven a la drogadicción y la depresión como un tabú, simplemente te dan la espalda, te dejan solo. A mis 17 años tenía toda la libertad que un muchacho quisiera: salía, iba a fiestas, tenía chicas y bueno, lo tenía casi todo. Pero llegó la droga y sin darme cuenta se apoderó de mí. “Como la mayoría de mis 'amigos', de repente me vi fumando mariguana y pronto sumergido en el profundo abismo de la droga. Consumí de muchos tipos: heroína, 'crack', éxtasis y cocaína.
“Es sorprendente la inconsciencia que la droga te puede producir. Mi aspecto cambió, mi mente también, ya no tenía sueños ni ilusiones. Mis aspiraciones desaparecieron, sólo quería estar drogado o morir... Te confieso que pensé en el suicidio”.
(La tristeza de Ramiro tenía que ver con la depresión a la que la drogadicción le estaba llevando. Las depresiones causadas por la droga son constantes y tan fuertes, que muchas veces se llega al suicidio por ellas. Pero no es sólo la tristeza o el desánimo, sino que es una enfermedad que progresa, afectando pensamientos, sentimientos y salud física. No es culpa de quien la padece; tampoco es una debilidad de la personalidad).
“Un día llegué a mi casa —continúa— y me sentía tan mal, que decidí confesar mis problemas a mi padre y solicitar su ayuda..., le dije que ya no quería vivir, que ya no me sentía necesario para nadie, ni para mí mismo. Llorando, mi papá me abrazó y dijo: '¡Hijo, yo sí te necesito!'.
“Papá y mamá decidieron luchar conmigo para superar este problema. Los primeros días sin drogas fueron muy duros. Gracias a mi padre superé esto, sobre todo la depresión con la que vivía. Me di cuenta de que hay personas que me aman y me apoyan; lo más importante es que entendí que mi padre me necesita junto a él.
“Hoy vivo feliz. Estoy terminando mi carrera y pronto entraré a trabajar en un buen negocio, gracias a unos amigos que me están echando la mano... ¿Y sabes qué me anima siempre? Las palabras de mi papá que todavía escucho: 'Yo sí te necesito'”.
Esta historia me impactó mucho. Habla de temas difíciles que, con tal de no complicarnos la vida, preferimos evadir: las drogas, la depresión y la paternidad.
Después de escuchar a Ramiro pensé en cuántas veces las personas se ven involucradas en problemas graves, porque se sienten poco motivadas, solas y sin importancia. El asunto es que necesitar a alguien es un buen punto de partida para sacarlo de cualquier bronca depresiva en la que esté.
Aprendí que ser importante tan siquiera para una persona es suficiente para motivarnos a superar cualquier obstáculo. Esto nos debe mover a contribuir con la parte que nos corresponde ante los más cercanos en nuestra vida para decirles siempre: “Yo sí te necesito”.
Remate
Actualmente Ramiro trata de evitar a toda costa que otros jóvenes pasen por el suplicio que él sufrió. Dice que siente esa necesidad de alertar a otros, “como una especie de pago en agradecimiento por la oportunidad que yo sí tuve”. Mucha gente camina con desgano, sin rumbo ni visión; sin embargo, sus vidas son muy valiosas, sólo que necesitan aliento y fuerza para salir adelante. Una vida puede ser completamente rescatada de cualquier problema siempre que tenga muy cerca el apoyo y el mejor está en la familia. Es momento de darle a ella el lugar que le corresponde.— Mérida, Yucatán.

Una mamá que aún tiene rostro de niña

De acuerdo con la presidenta de Vida y Familia (Vifac), Elizabeth Welch, en Yucatán cada vez hay más embarazos no deseados (D. de y., 17-09-2006). Dentro de este problema, los casos más delicados en la sociedad tienen que ver con el creciente índice de embarazos en niñas y adolescentes, debido a una mala información o de plano a la ausencia de ésta por parte de los padres, primeros y últimos educadores en la delicada línea de la formación en valores.
Un caso que llamó mi atención es el de Alejandra, joven de 17 años que fue mamá a los 13. Ella cuenta con gracia cómo la gente hoy se voltea cuando su hija le dice “mamá”, e incluso comenta que muchas personas se han detenido para preguntarle si de verdad es su hija o si la llama así por cariño.
Cuando Alejandra habla de los momentos que pasó al saber de su embarazo, dice con tristeza: “Me sentí muy asustada. Salí del laboratorio con el resultado desorientada y sola, porque mi novio no me acompañó. Recuerdo que me detuve en una tienda..., no sé si lloraba de susto o de emoción”.
Pese a que Alejandra se casó con su novio de sólo 16 años y ambos recibieron a su hija cinco meses después, su matrimonio, como lo confirman las estadísticas, sólo duró dos años: “Creo que yo 'maduré' con la maternidad, pero él quiso seguir con sus fiestas y amigos... y no lo pude soportar”, apunta.
La joven reconoce que es difícil ser madre adolescente. Eso sí, debido a su experiencia asegura que los jóvenes deben sopesar el tema de las relaciones sexuales: “Ahora que han pasado cuatro años creo que he crecido interiormente. Me duele recordar las lágrimas de mis papás. Les pedí perdón... Ellos fueron maravillosos y me dieron todo su apoyo. Nunca me reprocharon; los tuve siempre a mi lado y estuvieron conmigo ayudándome, incluso cuando fracasó mi matrimonio.
“Mamá nunca me contó nada sobre el sexo. Todo lo aprendí en la escuela; yo creo que nadie tomaba en serio las clases de sexualidad porque la profesora, una señora de unos 40 años o más, parecía que se avergonzaba con los temas. Empleaba palabras raras, haciendo que sonara como algo muy feo, nada serio. Era asqueroso”.
La mamá del novio de Alejandra, por su parte, asegura que su hijo tomó muy mal el asunto del embarazo: “Lloró como un bebé cuando me lo contó. Estaba asustado. Lo peor es que no habló con Alejandra en todo el embarazo”. En una foto que tiene se puede ver la expresión de asombro en la cara del adolescente: mientras mira a la cámara, sostiene con dificultad a su hija en los brazos y los dedos de la bebé se aferran al pulgar del jovencito.
La presencia de los padres y el apoyo familiar son clave para no permitir la destrucción de una vida. Más importante es la prevención que se inicia con una buena educación y presencia. La amistad en la familia es un gran tema que los padres no deben olvidar al momento de educar a los hijos.
Es un hecho que la maternidad no garantiza la madurez.
Lo grave de esta historia es que Alejandra, con su cara de niña, su voz de niña y su sonrisa de niña, siente que ya no es una niña: “¡Ahora soy madre!”, dice, mientras sonríe con esa inocencia oculta en lo más profundo de su rostro.
Remate
Todos pasamos por la infancia. Su recuerdo nos acompaña en cada instante de nuestras vidas. Conforma nuestro carácter y nuestra personalidad. Condiciona nuestra manera de enfrentarnos a los retos y a las oportunidades que se nos presentan: ¡nos marca para siempre! Es nuestro primer contacto con los sueños, la lluvia, los juguetes, las enfermedades, los miedos y los temores, las angustias, las alegrías y el llanto, las caricias y las bendiciones. En ella conocemos los colores, los olores y los sabores, el baile y la música. Pero también es una etapa de encuentros con los denigrantes mensajes de la televisión y, en ocasiones, con cosas en las que se “quitan” la imaginación y la fantasía. Luego llegan la pubertad y la adolescencia —tiempos de cambios físicos y psicológicos— cargadas de ilusiones y sueños. ¿Cuántos adolescentes están “preparados” y amorosamente apoyados para enfrentarse a sí mismos? El acompañamiento siempre será la clave en la vida de los hijos; nada les cuesta a los padres desempeñar esa labor con ellos, si no por amor, ya tan siquiera por su seguridad personal.— Mérida, Yucatán.

Un infierno en la tierra

Cada año los medios de comunicación publican estadísticas alarmantes sobre accidentes, algunos mortales, que protagonizan ebrios al volante. El común denominador en todos los casos es que quienes conducen con el cerebro lleno de alcohol creen ser la excepción, y confían en llegar sanos y salvos a su casa, a pesar de estar completamente borrachos.
Sirva como testimonio de alguien —a quien por respeto llamaremos José— que sabe lo que se sufre al estar bajo los efectos del alcohol, a fin de evitar que las cifras de víctimas por causa del alcoholismo sigan creciendo.
“Ya no puedo evitar tomar y eso me asusta, porque quiero dejar el trago... —y sonríe— Es broma... no te creas, para mí ya no es fácil estar sobrio. Vivo en la calle, de lo que me regalan... y de la botella.
“Aunque no lo creas, en mis buenas épocas tuve dinero y familia. Sí. Tengo dos hijos y creo que ya están en 'carrera', pero no sé porque ignoro dónde estén...
“No siempre he sido borrachín, no creas que nací así..., yo caí y hasta hoy no me levanto, pero ya lo acepté...”. José es un indigente que deambula por nuestras calles con las ropas sucias, sin un destino determinado. Él dice que vive de lo que encuentra en los basureros y de lo que le regalan.
“¿Cómo empecé a tomar? No lo sé, no me acuerdo... Creo que fue en el trabajo. Estaba 'obligado' a asistir a fiestecitas y, pues, luego ya no hubo control... Ah, pero eso sí, nunca me he drogado, sólo bebo, aunque claro que eso también te acaba, y no sólo lo digo por lo viejo que ya me veo... creo que tú me entiendes, ¿verdad? “¿Te cuento un secreto? Por el pomo maté a un hombre, pero no pienses mal, no soy un asesino, no. Fue un accidente. Salí de una reunión y me subí al auto. Quería llegar rápido a casa. No sé si fueron los frenos o qué, pero no me pude detener en una luz roja... Fue con un chavo, me dijeron que un jovencito, tampoco lo sé.., nunca lo vi.
“Estuve en la grande y por eso mi familia me abandonó... Ya pasaron 35 años y aquí me tienes”.
Quizás por los recuerdos desagradables que por el alcohol le llegan, con la mirada vacía, José agrega: “¿Quieres saber que deseo ahora? Además de un buen trago, que esto sea un sueño, pero si no lo es, que termine el castigo, porque ya fue demasiado”.
Esta es, quizás, una de las muchas historias que existen por culpa de la enfermedad del alcoholismo. En ellas cada enfermo bebe a su manera, pero todos tienen algo en común: no pueden controlar su forma de beber.
Cuando alguien empieza a tomar, como en el caso de José, aguanta mucho y por eso necesita cada vez más para obtener los mismos efectos que al principio; sin embargo, como éste no dura para siempre, entonces se comienza una loca carrera que no se detiene hasta que llega la desgracia.
Hace días que no veo a José, a pesar de que lo he intentado localizar para platicar de nuevo con él. Espero que haya encontrado algo de esa paz que pide y necesita, porque la bebida para él —una vez más lo compruebo— es ese espantoso infierno en la Tierra del que tanto se habla.
Remate
Cada alcohólico recorre su propio camino hacia la enfermedad y sus consecuencias afectan no sólo a quien la padece, sino también a quienes lo rodean, empezando por la familia. En algún lugar leí que una persona ebria es una bomba de tiempo que en cualquier momento puede explotar para dañarse y dañar a todo aquel que se encuentra cerca. El caso de José es un claro ejemplo de esto. El problema de una borrachera no termina en una resaca, sino en la pérdida de todo y de todos. Lo peor es no recordar, porque debe ser un verdadero peso en la conciencia saber que alguien murió por nuestra culpa, pero no saber cómo pasó. El alcohol no nos hace fuertes, antes bien pequeños ante la grandeza de nuestra vida, ésa que se nos ha confiado para cuidar.— Mérida, Yucatán.

Los valores, un asunto en boca de todos

La importancia de los valores está en boca de todo el mundo. Hoy todos —incluso los niños— están cada vez más preocupados y afectados por la violencia, por los crecientes problemas sociales y por la división que se perciben en todos los ámbitos. Valores familiares. Todos hablan de ellos. ¿Qué significan? ¿Son necesarios? Para entender su importancia en la vida de una persona, tomaré como ejemplo una noticia que publicó el Diario en la sección Internacional el pasado viernes 6. Se trata de los eventos ocurridos en una escuela de la comunidad amish de Pensilvania, en los que cinco niñas fueron asesinadas.
En la nota se apunta “que la mayor de las niñas, de 13 años, había suplicado al asesino: 'Mátame a mí y deja a las otras tranquilas'”, refiriéndose a las más pequeñas. Esto no se explica si no se considera que esa menor tenía ya muy bien establecida su escala de valores, con base en lo que aprendió de su familia. ¡La familia! De nuevo el tema nos conduce a ese maravilloso núcleo social.
A los valores los entendemos como fuertes creencias personales de lo que es importante y lo que no, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es correcto y lo que es incorrecto. Cada familia tiene un grupo diferente de valores, con un significado para ella. Algunas deciden que la honestidad y la amistad son las importantes. Otras eligen a la educación o a la cooperación como primeras en sus valores.
Pero otras más —la mayoría— no se detienen a pensar siquiera en sus valores ni exploran la idea de cómo encajan en el mundo y, lo más importante, cómo impactan e impactarán en la vida de los individuos que integran la familia. Los valores que se eligen afectan de manera considerable la vida de los individuos y de manera muy importante a la sociedad.
Volvamos a la historia. Leroy Zook, un granjero amish, dijo que las niñas hablaron con el pistolero “y le preguntaron por qué actuaba así....”. Si consideramos que las víctimas fueron niñas de entre seis y 13 años, con toda seguridad afirmamos que éstas tenían una excelente formación en valores. Esto echa por la borda la opinión de muchos que piensan que los niños no entienden nada de lo que sucede a su alrededor. Los niños por naturaleza “beben” y aprenden todo lo que ven. De ahí la importancia de los padres en la educación.
¿Qué movió a las niñas a tomar una actitud madura de pensar en la vida y en la otra persona? Estoy seguro que el ejemplo. Sólo así entiendo que Leroy Zook, cuya familia había estado involucrada en el lamentable suceso, haya dicho que estrechó la mano del suegro del asesino, pues: “Esto ayuda a reunir a las personas y a ver que no hay rencor...”. Admiro y respeto aún más a los niños y se fortalece mi convicción de que la familia es vital en la vida de una persona. En este caso, el amor, la persona y la vida fueron los valores primordiales. En medio de la tragedia, ¡una gran lección familiar!
Remate
La profesora María del Carmen Vila, creadora del sistema Anandaflora y directora de la Escuela de Formación Holística Anandaflora, dice que los niños, seres en misión en este planeta, tienen un candil encendido, vienen para restaurar los valores que los adultos olvidamos y que sólo en el trabajo solidario y amoroso podemos rescatar. Ella asegura que los niños vienen para colaborar en el renacimiento de esta humanidad. Es un hecho que sólo si escuchamos a los niños y somos veraces podremos verlos, disfrutarlos y aprender de ellos. De los niños hay que esperar siempre todo, estar listo para sus preguntas, sus comentarios y aprendizajes, pero sobre todo para escuchar qué nos dicen y, con amor y ejemplo, enseñarles nuestras convicciones, nuestros valores, pero también aprender los que ellos traen y que hemos olvidado que alguna vez —en una etapa hermosa de nuestras vidas— también tuvimos.— Mérida, Yucatán.