Cada año los medios de comunicación publican estadísticas alarmantes sobre accidentes, algunos mortales, que protagonizan ebrios al volante. El común denominador en todos los casos es que quienes conducen con el cerebro lleno de alcohol creen ser la excepción, y confían en llegar sanos y salvos a su casa, a pesar de estar completamente borrachos.
Sirva como testimonio de alguien —a quien por respeto llamaremos José— que sabe lo que se sufre al estar bajo los efectos del alcohol, a fin de evitar que las cifras de víctimas por causa del alcoholismo sigan creciendo.
“Ya no puedo evitar tomar y eso me asusta, porque quiero dejar el trago... —y sonríe— Es broma... no te creas, para mí ya no es fácil estar sobrio. Vivo en la calle, de lo que me regalan... y de la botella.
“Aunque no lo creas, en mis buenas épocas tuve dinero y familia. Sí. Tengo dos hijos y creo que ya están en 'carrera', pero no sé porque ignoro dónde estén...
“No siempre he sido borrachín, no creas que nací así..., yo caí y hasta hoy no me levanto, pero ya lo acepté...”. José es un indigente que deambula por nuestras calles con las ropas sucias, sin un destino determinado. Él dice que vive de lo que encuentra en los basureros y de lo que le regalan.
“¿Cómo empecé a tomar? No lo sé, no me acuerdo... Creo que fue en el trabajo. Estaba 'obligado' a asistir a fiestecitas y, pues, luego ya no hubo control... Ah, pero eso sí, nunca me he drogado, sólo bebo, aunque claro que eso también te acaba, y no sólo lo digo por lo viejo que ya me veo... creo que tú me entiendes, ¿verdad? “¿Te cuento un secreto? Por el pomo maté a un hombre, pero no pienses mal, no soy un asesino, no. Fue un accidente. Salí de una reunión y me subí al auto. Quería llegar rápido a casa. No sé si fueron los frenos o qué, pero no me pude detener en una luz roja... Fue con un chavo, me dijeron que un jovencito, tampoco lo sé.., nunca lo vi.
“Estuve en la grande y por eso mi familia me abandonó... Ya pasaron 35 años y aquí me tienes”.
Quizás por los recuerdos desagradables que por el alcohol le llegan, con la mirada vacía, José agrega: “¿Quieres saber que deseo ahora? Además de un buen trago, que esto sea un sueño, pero si no lo es, que termine el castigo, porque ya fue demasiado”.
Esta es, quizás, una de las muchas historias que existen por culpa de la enfermedad del alcoholismo. En ellas cada enfermo bebe a su manera, pero todos tienen algo en común: no pueden controlar su forma de beber.
Cuando alguien empieza a tomar, como en el caso de José, aguanta mucho y por eso necesita cada vez más para obtener los mismos efectos que al principio; sin embargo, como éste no dura para siempre, entonces se comienza una loca carrera que no se detiene hasta que llega la desgracia.
Hace días que no veo a José, a pesar de que lo he intentado localizar para platicar de nuevo con él. Espero que haya encontrado algo de esa paz que pide y necesita, porque la bebida para él —una vez más lo compruebo— es ese espantoso infierno en la Tierra del que tanto se habla.
Remate
Cada alcohólico recorre su propio camino hacia la enfermedad y sus consecuencias afectan no sólo a quien la padece, sino también a quienes lo rodean, empezando por la familia. En algún lugar leí que una persona ebria es una bomba de tiempo que en cualquier momento puede explotar para dañarse y dañar a todo aquel que se encuentra cerca. El caso de José es un claro ejemplo de esto. El problema de una borrachera no termina en una resaca, sino en la pérdida de todo y de todos. Lo peor es no recordar, porque debe ser un verdadero peso en la conciencia saber que alguien murió por nuestra culpa, pero no saber cómo pasó. El alcohol no nos hace fuertes, antes bien pequeños ante la grandeza de nuestra vida, ésa que se nos ha confiado para cuidar.— Mérida, Yucatán.
Sirva como testimonio de alguien —a quien por respeto llamaremos José— que sabe lo que se sufre al estar bajo los efectos del alcohol, a fin de evitar que las cifras de víctimas por causa del alcoholismo sigan creciendo.
“Ya no puedo evitar tomar y eso me asusta, porque quiero dejar el trago... —y sonríe— Es broma... no te creas, para mí ya no es fácil estar sobrio. Vivo en la calle, de lo que me regalan... y de la botella.
“Aunque no lo creas, en mis buenas épocas tuve dinero y familia. Sí. Tengo dos hijos y creo que ya están en 'carrera', pero no sé porque ignoro dónde estén...
“No siempre he sido borrachín, no creas que nací así..., yo caí y hasta hoy no me levanto, pero ya lo acepté...”. José es un indigente que deambula por nuestras calles con las ropas sucias, sin un destino determinado. Él dice que vive de lo que encuentra en los basureros y de lo que le regalan.
“¿Cómo empecé a tomar? No lo sé, no me acuerdo... Creo que fue en el trabajo. Estaba 'obligado' a asistir a fiestecitas y, pues, luego ya no hubo control... Ah, pero eso sí, nunca me he drogado, sólo bebo, aunque claro que eso también te acaba, y no sólo lo digo por lo viejo que ya me veo... creo que tú me entiendes, ¿verdad? “¿Te cuento un secreto? Por el pomo maté a un hombre, pero no pienses mal, no soy un asesino, no. Fue un accidente. Salí de una reunión y me subí al auto. Quería llegar rápido a casa. No sé si fueron los frenos o qué, pero no me pude detener en una luz roja... Fue con un chavo, me dijeron que un jovencito, tampoco lo sé.., nunca lo vi.
“Estuve en la grande y por eso mi familia me abandonó... Ya pasaron 35 años y aquí me tienes”.
Quizás por los recuerdos desagradables que por el alcohol le llegan, con la mirada vacía, José agrega: “¿Quieres saber que deseo ahora? Además de un buen trago, que esto sea un sueño, pero si no lo es, que termine el castigo, porque ya fue demasiado”.
Esta es, quizás, una de las muchas historias que existen por culpa de la enfermedad del alcoholismo. En ellas cada enfermo bebe a su manera, pero todos tienen algo en común: no pueden controlar su forma de beber.
Cuando alguien empieza a tomar, como en el caso de José, aguanta mucho y por eso necesita cada vez más para obtener los mismos efectos que al principio; sin embargo, como éste no dura para siempre, entonces se comienza una loca carrera que no se detiene hasta que llega la desgracia.
Hace días que no veo a José, a pesar de que lo he intentado localizar para platicar de nuevo con él. Espero que haya encontrado algo de esa paz que pide y necesita, porque la bebida para él —una vez más lo compruebo— es ese espantoso infierno en la Tierra del que tanto se habla.
Remate
Cada alcohólico recorre su propio camino hacia la enfermedad y sus consecuencias afectan no sólo a quien la padece, sino también a quienes lo rodean, empezando por la familia. En algún lugar leí que una persona ebria es una bomba de tiempo que en cualquier momento puede explotar para dañarse y dañar a todo aquel que se encuentra cerca. El caso de José es un claro ejemplo de esto. El problema de una borrachera no termina en una resaca, sino en la pérdida de todo y de todos. Lo peor es no recordar, porque debe ser un verdadero peso en la conciencia saber que alguien murió por nuestra culpa, pero no saber cómo pasó. El alcohol no nos hace fuertes, antes bien pequeños ante la grandeza de nuestra vida, ésa que se nos ha confiado para cuidar.— Mérida, Yucatán.
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