La muerte es el resumen de la vida y el cementerio —el dormitorio (del griego koimetirion)— es el lugar físico destinado al sueño eterno y parte de la historia personal, familiar y de un pueblo.
Cuando nuestro Cementerio General fue inaugurado en 1821, tanto difuntos ricos como pobres “convivieron” en el lugar; sin embargo, al reducirse los espacios, se abrieron otros panteones y, al parecer, un extraño fenómeno sucedió, pues el camposanto General, hoy una ciudad dentro de la ciudad, quedó en el abandono, en el olvido.
Si tomamos en cuenta que este lugar de reposo eterno guarda parte de nuestra historia de los últimos 185 años, es imposible entender el grado de inseguridad, el irrespeto y la maleza que crecen ahí con tanta libertad.
Viene al caso tomar como ejemplo a algunas civilizaciones que dan mucha importancia a la muerte. Algunos consideran un honor acompañar a un moribundo, es un mérito. Se trata de un signo: “Caminaré el último tramo de la vida contigo”. Más aún, el lugar donde los muertos descansan —el koimetirion— se considera tan sagrado, que quien osa perturbar el sueño de los que ahí reposan o es irrespetuoso puede pagarlo con su vida.
El caso de la señora Rosa Aguilar González, quien el pasado domingo 10 de septiembre fue víctima de robo en el Cementerio General (D. de Y., 14-09-2006, “Voces del Público”), es una muestra más de la falta de interés de las autoridades municipales por honrar la memoria de su pueblo, de su historia, por guardar respeto a esos yucatecos que ahí se encuentran.
Vale la pena recordar las observaciones que la señora Aguilar hace, pues son una parte de las obligaciones que las autoridades municipales deberían cumplir, pero no lo hacen.
1. Al parecer no hay vigilancia policiaca..., si la hay no es la adecuada ni la suficiente. 2. En la administración del lugar sólo está un señor grande... 3. Falta mantenimiento... Sólo se le da cuando se acerca el día de los difuntos... 4. Presencia de personas extrañas en los alrededores, que beben, fuman y ponen en riesgo la seguridad y la integridad de quienes acuden a visitar a sus difuntos.
El Reglamento de Panteones o Cementerios del Municipio de Mérida vigente determina —en sus artículos 14, 15, 17, 39, 44, 46 y 47— que estas anomalías no deben suceder. ¿A quién exigir la aplicación de ese ordenamiento? En ningún lugar del documento dice que el mantenimiento y la vigilancia se deba hacer por única vez, un mes antes de celebrar a los difuntos o el mero día de las celebraciones.
Ojalá que todos —sobre todo las autoridades— se preocupen por preservar las tumbas de sus muertos y los monumentos más representativos y llamativos del Cementerio. No basta hacer un llamado a las autoridades municipales para que trabajen, ¡tienen que trabajar!, cumpliendo una obligación que la ley manda. Lo más grave es que el de Rosa Aguilar no es un caso aislado; hay más, pero nadie denuncia, porque de todas maneras los afectados saben que no hay quien les quiera ayudar.
Remate
Remate
Fui al Cementerio General a visitar algunas tumbas de personas muy queridas y descubrí otras anomalías. Entre ellas están el robo de flores depositadas en las tumbas y los cristales de algunos nichos, algunos mausoleos y criptas están destruidos, claramente por actos vandálicos, y hay tumbas cuyas tapas están caídas. Muchos investigadores coinciden con que los cementerios son los reflejos más vivos de las tradiciones y parte de la historia de un pueblo. Entonces, ¿cómo podemos decirnos civilizados si no somos capaces de cuidar el lugar de reposo de nuestros difuntos? Justo es que los dejemos descansar, pero en un lugar digno. A nuestros muertos no hay que recordarlos sólo un día, sino todo el tiempo; si en vida no supimos o no pudimos darles lo mejor, aunque sea ahora y de esta manera debemos demostrarles ese amor y respeto que les decimos tener.— Mérida, Yucatán.
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