domingo, noviembre 12, 2006

“Yo cambiaría a mis papás”

“No puedo hablar con mis papás, porque no me comprenden”, me dijo Eduardo, un adolescente de 14 años, mientras enojado golpeaba insistentemente el borrador de un lápiz en la mesa.
“Mi papá dice que no quiere cometer los mismos errores que mis abuelos y por eso quiere estar cerca de mí y dialogar..., dice que quiere ser mi amigo, pero sé que aunque lo intenta, no puede”.
Eduardo pertenece a una familia “acomodada”, como le dicen sus compañeros. No tiene ningún problema de tipo material. Por el contrario, estudia en una buena escuela, tiene ropa de marca muy bonita y cara, e incluso, si es necesario y donde esté, una persona —un chofer— puede ir por él a la hora que sea.
Pero le molesta la actitud de sus padres, aunque sabe que la molestia y el enojo no resuelven nada, por el contrario, complican las cosas: “Ellos no escuchan..., cuando preguntas cualquier cosa te responden con otras preguntas o con prohibiciones. Yo creo que lo hacen porque no desean hablar de algunos temas..., por eso no hablo de todo con ellos”.
Sin duda los padres de ahora son diferentes a los padres de antes. Yo recuerdo que mi mamá se ocupaba de nosotros —seis hijos—, de la crianza, del cuidado, el colegio, los amigos que teníamos y de mis hermanas; mi papá, por el contrario, era el responsable de que no nos falte nada y para eso trabajaba todo el día, casi ni lo veíamos; hoy es distinto, en los matrimonios modernos ambos se ocupan de los hijos y pienso que así es como debe ser.
¿Por qué antes, si supuestamente los padres eran más estrictos, la vida familiar era mucho mejor a la de ahora que los padres son más “comprensivos”?
En el “antes”, la educación era muy moralista, prohibitiva, pero se aprendía el respeto, las buenas costumbres. “Ahora” se ve por todos lados la falta de moral de las personas, la mala educación y mucho más delincuencia en el país, sobre todo juvenil. “Ahora” y “antes”, para la educación, son conceptos muy abstractos.
Yo creo que la razón más importante de esta diferencia es que los padres de ahora son temerariamente permisivos. Por no esforzarse en la disciplina o quizás por estar tan hundidos en lo laboral, dedicándose a hacer dinero dizque para darles una mejor vida, les permiten todo a sus hijos.
Eso ocasiona que en la adolescencia los hijos se vuelvan intolerantes y acostumbrados a que les cumplan sus caprichos, y tienen cero tolerancia a la frustración, lo cual es muy peligroso.
Los extremos no son buenos, ninguno. Sin embargo, aterra saber que los jóvenes son conscientes de que la situación es controlable con berrinches, “enojos”, fugas de casa, amenazas e inclusive violencia. Eduardo añade: “Me permiten hacer de todo, siempre que yo les diga todo lo que hago. Claro que eso es imposible, porque yo sé que sólo hablan de dientes para afuera. Por dentro es seguro que me quieren controlar”.
A mí se me ocurrió preguntarle a este joven que si tuviera la oportunidad de hacer algo que cambie su situación qué haría, pero su respuesta me dejó helado y me hizo reflexionar: “Tú y yo somos diferentes, así que, definitivamente, yo cambiaría a mis papás”... Con esto sólo se me ocurre pensar una cosa: ¡Qué gran tarea es ser papá!
Remate
Es un hecho que los padres de ahora no queremos caer en los “errores” que cometieron nuestros padres con nosotros y por eso cuidamos mucho la educación de nuestros hijos; sin embargo, los extremos son malos. Permitir mucho es como abrir las puertas para recibir un golpe sorpresivo. Los tiempos cambiaron y ahora que hay mucha comunicación, más tiempo, más demostraciones de afecto, de cariño y más juegos, los padres se ajustan; empero, ahora los hijos demandan más dedicación y saben cómo aprovechar esta situación para lograr sus caprichos. El compromiso de ser buen padre debe ir acompañado del compromiso de los hijos, pues la tarea principal al educar es enseñar a ser libres para aprender a vivir. — Mérida, Yucatán.

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