lunes, noviembre 20, 2006

La verdad es el secreto para ser libre

¿Alguna vez ha sentido la desilusión de descubrir alguna verdad, ésa que saca a la luz un engaño o una mentira? Seguro que sí. La incomodidad que ocasiona sentirse defraudado es una experiencia que nunca deseamos volver a vivir, y a veces nos impide volver a confiar en las personas, aunque no todas sean las causantes de nuestra desilusión.
La sinceridad, por el contrario, debe ser un valor que se tiene que vivir para que uno sea digno de confianza: este valor caracteriza a la gente por la actitud congruente que se mantiene en todo momento, basada en la verdad de las palabras en relación con las acciones: aunque decir la verdad forma parte de la sinceridad, actuar de acuerdo con ella siempre será un requisito indispensable.
Al inventar defectos o hacerlos más grandes en una persona, ocultamos el enojo o la envidia que le tenemos. Con aires de ser “francos” o “sinceros”, decimos con facilidad los errores que cometen los demás e incluso los mostramos como ineptos o limitados, ¿le suena familiar? Quizás..., ¿en algún conocido o político? En la historia del “Pastorcito mentiroso”, se cuenta que éste se la pasaba gritando: “¡Ahí viene el lobo!”, y cuando sus vecinos acudían para ver si era cierto y ayudarle, se caía de la risa. La fábula concluye que un día el lobo vino de verdad por sus ovejas, pero ya nadie le creyó. La enseñanza que sacamos de la historia de Esopo es muy difícil de vivirla hoy día.
Y es que, para ser sinceros, procurar decir siempre la verdad parece sencillo pero es lo que más cuesta trabajo. Justificar las verdades con mentiras piadosas, en circunstancias que calificamos como de baja importancia, donde no pasa nada, lleva a otra mentira más grande y así sucesivamente..., hasta que nosotros mismos terminamos creyendo que esa mentira es una verdad.
Mostrarnos como somos, en la realidad, nos hace congruentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Esto se logra con el conocimiento y la aceptación de nuestras cualidades y limitaciones, algo por demás faltante en la educación que damos y recibimos en casa, en la escuela y en cualquier lugar.
Y así es: ¡decir la verdad es asunto de valientes! Nunca se justifica mentir para no perder una amistad o por el buen concepto que se tiene de nuestra persona. La verdad nos da seguridad y nos convierte en personas dignas de confianza. A medida que nos acostumbramos a ella, la verdad se convierte en una forma de vivir, en una manera de ser confiables en todo lugar y en cualquier circunstancia.
De acuerdo con la Ciencia Política —no a la politiquería barata—, decir como Voltaire que la política “no es otra cosa que el arte de mentir a propósito” es un tanto exagerado para aplicarlo a la vida, aunque eso se hace; prefiero quedarme con esa maravillosa frase de: “¡La verdad os hará libres!”. Ésa es la mejor manera de definir y equiparar un valor que siempre tiene que ir unido a todo los demás en nuestra vida.
Remate
La información del Conteo 2005 del Inegi nos muestra que de cada 100 hogares en México 23 están a cargo de una mujer. Si tomamos en cuenta que la mujer es más sincera y por lo general acude a la verdad para mostrar congruencia en su vida, podemos asegurar entonces que la defensa y la enseñanza de la verdad en parte está a salvo, pues se incluye en el repertorio de la educación de los hijos. Es un hecho que no nos hacen falta “pastorcitos” que griten mentiras disfrazadas de verdad. Los hemos visto en la vida pública y ha sido suficiente. El valor de la verdad es uno de los más difíciles de vivir, pero es el que más nos hace fuertes y mejores seres humanos.
Por los niños
Hoy celebramos en el mundo el Día Internacional de los Derechos de los Niños y las Niñas. Sabemos que, por desgracia, a diario se violan los derechos de millones de niños y niñas en el mundo. Es un buen momento para recordar a las instituciones públicas y privadas, y a la sociedad toda, que hay que luchar para dar a los niños el cuidado y la asistencia que necesitan; y en este punto, nunca hay que olvidar la responsabilidad primordial de la familia.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com

No hay comentarios.:

Publicar un comentario