De acuerdo con la presidenta de Vida y Familia (Vifac), Elizabeth Welch, en Yucatán cada vez hay más embarazos no deseados (D. de y., 17-09-2006). Dentro de este problema, los casos más delicados en la sociedad tienen que ver con el creciente índice de embarazos en niñas y adolescentes, debido a una mala información o de plano a la ausencia de ésta por parte de los padres, primeros y últimos educadores en la delicada línea de la formación en valores.
Un caso que llamó mi atención es el de Alejandra, joven de 17 años que fue mamá a los 13. Ella cuenta con gracia cómo la gente hoy se voltea cuando su hija le dice “mamá”, e incluso comenta que muchas personas se han detenido para preguntarle si de verdad es su hija o si la llama así por cariño.
Cuando Alejandra habla de los momentos que pasó al saber de su embarazo, dice con tristeza: “Me sentí muy asustada. Salí del laboratorio con el resultado desorientada y sola, porque mi novio no me acompañó. Recuerdo que me detuve en una tienda..., no sé si lloraba de susto o de emoción”.
Pese a que Alejandra se casó con su novio de sólo 16 años y ambos recibieron a su hija cinco meses después, su matrimonio, como lo confirman las estadísticas, sólo duró dos años: “Creo que yo 'maduré' con la maternidad, pero él quiso seguir con sus fiestas y amigos... y no lo pude soportar”, apunta.
La joven reconoce que es difícil ser madre adolescente. Eso sí, debido a su experiencia asegura que los jóvenes deben sopesar el tema de las relaciones sexuales: “Ahora que han pasado cuatro años creo que he crecido interiormente. Me duele recordar las lágrimas de mis papás. Les pedí perdón... Ellos fueron maravillosos y me dieron todo su apoyo. Nunca me reprocharon; los tuve siempre a mi lado y estuvieron conmigo ayudándome, incluso cuando fracasó mi matrimonio.
“Mamá nunca me contó nada sobre el sexo. Todo lo aprendí en la escuela; yo creo que nadie tomaba en serio las clases de sexualidad porque la profesora, una señora de unos 40 años o más, parecía que se avergonzaba con los temas. Empleaba palabras raras, haciendo que sonara como algo muy feo, nada serio. Era asqueroso”.
La mamá del novio de Alejandra, por su parte, asegura que su hijo tomó muy mal el asunto del embarazo: “Lloró como un bebé cuando me lo contó. Estaba asustado. Lo peor es que no habló con Alejandra en todo el embarazo”. En una foto que tiene se puede ver la expresión de asombro en la cara del adolescente: mientras mira a la cámara, sostiene con dificultad a su hija en los brazos y los dedos de la bebé se aferran al pulgar del jovencito.
La presencia de los padres y el apoyo familiar son clave para no permitir la destrucción de una vida. Más importante es la prevención que se inicia con una buena educación y presencia. La amistad en la familia es un gran tema que los padres no deben olvidar al momento de educar a los hijos.
Es un hecho que la maternidad no garantiza la madurez.
Lo grave de esta historia es que Alejandra, con su cara de niña, su voz de niña y su sonrisa de niña, siente que ya no es una niña: “¡Ahora soy madre!”, dice, mientras sonríe con esa inocencia oculta en lo más profundo de su rostro.
Remate
Todos pasamos por la infancia. Su recuerdo nos acompaña en cada instante de nuestras vidas. Conforma nuestro carácter y nuestra personalidad. Condiciona nuestra manera de enfrentarnos a los retos y a las oportunidades que se nos presentan: ¡nos marca para siempre! Es nuestro primer contacto con los sueños, la lluvia, los juguetes, las enfermedades, los miedos y los temores, las angustias, las alegrías y el llanto, las caricias y las bendiciones. En ella conocemos los colores, los olores y los sabores, el baile y la música. Pero también es una etapa de encuentros con los denigrantes mensajes de la televisión y, en ocasiones, con cosas en las que se “quitan” la imaginación y la fantasía. Luego llegan la pubertad y la adolescencia —tiempos de cambios físicos y psicológicos— cargadas de ilusiones y sueños. ¿Cuántos adolescentes están “preparados” y amorosamente apoyados para enfrentarse a sí mismos? El acompañamiento siempre será la clave en la vida de los hijos; nada les cuesta a los padres desempeñar esa labor con ellos, si no por amor, ya tan siquiera por su seguridad personal.— Mérida, Yucatán.
Un caso que llamó mi atención es el de Alejandra, joven de 17 años que fue mamá a los 13. Ella cuenta con gracia cómo la gente hoy se voltea cuando su hija le dice “mamá”, e incluso comenta que muchas personas se han detenido para preguntarle si de verdad es su hija o si la llama así por cariño.
Cuando Alejandra habla de los momentos que pasó al saber de su embarazo, dice con tristeza: “Me sentí muy asustada. Salí del laboratorio con el resultado desorientada y sola, porque mi novio no me acompañó. Recuerdo que me detuve en una tienda..., no sé si lloraba de susto o de emoción”.
Pese a que Alejandra se casó con su novio de sólo 16 años y ambos recibieron a su hija cinco meses después, su matrimonio, como lo confirman las estadísticas, sólo duró dos años: “Creo que yo 'maduré' con la maternidad, pero él quiso seguir con sus fiestas y amigos... y no lo pude soportar”, apunta.
La joven reconoce que es difícil ser madre adolescente. Eso sí, debido a su experiencia asegura que los jóvenes deben sopesar el tema de las relaciones sexuales: “Ahora que han pasado cuatro años creo que he crecido interiormente. Me duele recordar las lágrimas de mis papás. Les pedí perdón... Ellos fueron maravillosos y me dieron todo su apoyo. Nunca me reprocharon; los tuve siempre a mi lado y estuvieron conmigo ayudándome, incluso cuando fracasó mi matrimonio.
“Mamá nunca me contó nada sobre el sexo. Todo lo aprendí en la escuela; yo creo que nadie tomaba en serio las clases de sexualidad porque la profesora, una señora de unos 40 años o más, parecía que se avergonzaba con los temas. Empleaba palabras raras, haciendo que sonara como algo muy feo, nada serio. Era asqueroso”.
La mamá del novio de Alejandra, por su parte, asegura que su hijo tomó muy mal el asunto del embarazo: “Lloró como un bebé cuando me lo contó. Estaba asustado. Lo peor es que no habló con Alejandra en todo el embarazo”. En una foto que tiene se puede ver la expresión de asombro en la cara del adolescente: mientras mira a la cámara, sostiene con dificultad a su hija en los brazos y los dedos de la bebé se aferran al pulgar del jovencito.
La presencia de los padres y el apoyo familiar son clave para no permitir la destrucción de una vida. Más importante es la prevención que se inicia con una buena educación y presencia. La amistad en la familia es un gran tema que los padres no deben olvidar al momento de educar a los hijos.
Es un hecho que la maternidad no garantiza la madurez.
Lo grave de esta historia es que Alejandra, con su cara de niña, su voz de niña y su sonrisa de niña, siente que ya no es una niña: “¡Ahora soy madre!”, dice, mientras sonríe con esa inocencia oculta en lo más profundo de su rostro.
Remate
Todos pasamos por la infancia. Su recuerdo nos acompaña en cada instante de nuestras vidas. Conforma nuestro carácter y nuestra personalidad. Condiciona nuestra manera de enfrentarnos a los retos y a las oportunidades que se nos presentan: ¡nos marca para siempre! Es nuestro primer contacto con los sueños, la lluvia, los juguetes, las enfermedades, los miedos y los temores, las angustias, las alegrías y el llanto, las caricias y las bendiciones. En ella conocemos los colores, los olores y los sabores, el baile y la música. Pero también es una etapa de encuentros con los denigrantes mensajes de la televisión y, en ocasiones, con cosas en las que se “quitan” la imaginación y la fantasía. Luego llegan la pubertad y la adolescencia —tiempos de cambios físicos y psicológicos— cargadas de ilusiones y sueños. ¿Cuántos adolescentes están “preparados” y amorosamente apoyados para enfrentarse a sí mismos? El acompañamiento siempre será la clave en la vida de los hijos; nada les cuesta a los padres desempeñar esa labor con ellos, si no por amor, ya tan siquiera por su seguridad personal.— Mérida, Yucatán.
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