viernes, octubre 31, 2008

El día que la muerte salvó a Juan

Juan era un hombre simplemente escéptico en eso de las cosas de fantasmas y aparecidos, y de cuanta historia de terror se encontrara. Simplemente, las cosas que había estudiado y los libros que había leído le dictaban a su mente que ninguna cosa sobrenatural existe, que es a los vivos a quienes hay que temer, no a los muertos ni a la muerte... al menos hasta hace unas semanas.
"Sólo lo recuerdo y me pongo a temblar, la piel se me eriza como nunca me había pasado...", me dice, mientras toma asiento y bebe un sorbo de su vaso de café bien caliente.
Con la mirada perdida y el rostro desencajado, Juan recuerda aquella noche cuando llegó a su casa y la encontró vacía, su familia había salido y aún no regresaba. Todo estaba a oscuras... cerca de la puerta, la sombra del alto flamboyan abrazaba con su negrura todo el jardín y parte del frente de la vivienda; tomó sus llaves y abrió la puerta... entró y cerró detrás de él.
Como todos los días cuando vuelve cansado del trabajo, lo primero que hace, casi como un movimiento automático y programado, es ir a la cocina para revisar qué puede encontrar en el refrigerador para cenar.
Al cruzar el pasillo rumbo a la cocina sintió un dolor agudo en el bajo vientre seguido de una sensación nauseabunda... todos los pelos de su cuerpo se elevaron de una manera por demás desagradable.
Indeciso, pretendió atravesar el pasillo hasta la cocina lo más rápido posible, pero de nuevo esa sensación extraña en el cuerpo lo detuvo.
Como si de pronto alguna razón lo impulsara, Juan levantó la mirada y observó que detrás de una columna había una sombra: parecía un hombre que trataba de esconderse y esperaba en la oscuridad con algo en la mano... ¿un arma?
Al darse cuenta de la situación comprometedora, la extraña sensación en el estómago y en el bajo vientre aumentó y subió hasta su cerebro, donde se dispararon miles de señales de alerta sobre lo que estaba a punto de suceder.
Haciendo el menor ruido posible, Juan se acercó lentamente a la sala y tomó de atrás del sofá un bate que siempre guardaba, "para casos de emergencia". Lentamente y como pudo caminó dispuesto a encender la luz para atrapar al extraño visitante que tenía en su casa, cuando de pronto escuchó un murmullo, como si hubiera dos personas... y hablaban en voz baja en ese lugar; entonces percibió cómo la sombra ahora se movía al parecer dirigiéndose a "alguien" más.
Juan se detuvo un instante para pensar mejor su estrategia, cuando de repente, en medio del silencio que reinaba en la habitación, le pareció oír un regaño hecho en un murmullo, luego un gemido, un grito aterrador y después... un silencio que duró casi nada, seguido del ruido de un cuerpo sin fuerza al caer en el piso.
Indeciso, Juan pensó que lo mejor sería esconderse y esperar, pero recordó que tenía con él su teléfono celular y decidió llamar a la policía. En eso estaba cuando de la nada se escuchó una voz que decía: "Juan, Juan, Juan... no te preocupes, no es por ti..., en realidad sus días estaban contados y nada más me adelanté... vine por él...".
Al levantar la mirada, el hombre observó una figura que le pareció reconocer; con la luz en sus espaldas, el extraño ser se veía imponente, brillante y a la vez aterrador.
"No, no te equivocas —se escuchó de nuevo—, sabes quién soy...; te repito que sólo vine a salvarte pues tu destino aún se escribe, pero el de este desgraciado llegó al final", y luego de decir esto, el extraño ser soltó una terrible carcajada y se esfumó, dejando una especie de humo negro detrás de él.
Con el corazón saltando aún y a punto de salírsele del pecho, Juan logró alcanzar el interruptor de la luz. Al iluminar la habitación descubrió una escena dantesca: un hombre muy joven, como de unos 17 años, estaba tirado en el suelo boca arriba..., en una mano tenía una pistola y en la otra un cuchillo de carnicero. Extrañamente sus cabellos estaban completamente blancos y llevaba en la mirada el horror de un encuentro con el más allá, con la muerte: sus pupilas estaban dilatadas y una mueca en su rostro lo decía todo.
Los resultados de la autopsia revelaron que el asaltante había muerto de un "infarto agudo de miocardio, un ataque al corazón, producido por una obstrucción en una de las arterias coronarias."
"Quizás por ser novato su corazón no resistió tantas emociones", le dijeron, pero Juan sabía que en realidad la muerte le había llegado por sorpresa, literalmente hablando.
Hoy, aunque mi amigo entiende que su destino "aún no está escrito", los recuerdos de aquella noche lo persiguen y vigila siempre, pues, según dice, sospecha que cualquier día y a cualquier hora la muerte lo visitará y entonces el final para él habrá llegado de manera inesperada.
Y es que yo, pese a que Juan relata esto con una angustia que hace pensar que su historia es creíble, confieso que, como él era antes, yo también soy escéptico ante este tipo de narraciones...— Mérida, Yucatán.
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