La historia reciente incluye graves violaciones a los derechos humanos. Es un asunto que no es obligación exclusiva atender de los diferentes organismos, gubernamentales o civiles.
En todo el mundo los casos de violaciones a los derechos humanos se dan por montones; lo grave del asunto es que esto sucede en nuestro entorno, incluso a nuestro lado, pero no somos capaces de mover un dedo para defender y prevenir cualquier abuso.
Y digo esto porque hace unos días, al volver del trabajo, me encontré caminando en las calles a 12 niñas vestidas con el traje típico de Oaxaca; eran las 10:15 de la noche y andaban sin zapatos, apenas con la ropa que traían puesta, y la que vendían en las manos, caminando bajo el frío que nos ha tocado en estos días; ningún adulto iba con ellas… calculo que tendrían entre 10 y 12 años, pero no más.
Y nadie, ni los visitantes nacionales y extranjeros, ni la gente que iba a pie, ni los conductores que por ahí avanzaban —y me incluyo— ni los policías que por ahí esperaban en las esquinas (estoy seguro de que no hacen nada más que eso, esperar, porque ni educan a la gente para el uso correcto de los semáforos peatonales ni ayudan a que el tránsito de vehículos sea más fluido) se atrevió a acercarse a ellas y preguntarles qué hacían a esa hora solas, sin zapatos y vendiendo. Incluso me pareció ver a una de ellas estornudando y con el rostro enrojecido quizás por alguna especie de alergia o catarro que tenía.
Cuando Juan Pablo II afirmó que la humanidad se deshumaniza no estaba inventando ni haciendo atractivo su discurso. El ser humano se ha vuelto muy insensible, al grado tal que puede haber un problema cerca de alguien y nadie actúa porque prefiere evitar un enfrentamiento, cargar con culpas ajenas pues.
Lo cierto es que es muy doloroso darse cuenta cómo ante tanta violencia que a diario nos llega a través de los medios de comunicación, en especial los electrónicos, lo que sucede a nuestro alrededor se pierde, ya no interesa, ya no se valora en su justa dimensión para hacer lo que como seres humanos nos corresponde.
Y es que en esto de los derechos humanos los problemas que vemos obligan, nos obligan a todos, sociedad, gobierno, religión, organismos de todo tipo, a actuar en consecuencia y luchar por el debido respeto de las personas, no importa edad, posición social, situación física, preferencias, todos merecen nuestra lucha por el solo hecho de ser personas.
Contrario a lo que pensamos, a diario nos encontramos con pequeños detalles que deberían prender los focos de alerta, pero simplemente no sucede nada, no nos mueve nada. Y entonces en todo momento nos enfrentamos al narcotráfico, a nuestros gobiernos, a la corrupción, a las mentiras, las apariencias, los abusos, la desigualdad, la guerra, la pornografía, la pederastia, al vecino que golpea a la esposa y a los hijos, que viola, que le valen los que viven a su alrededor, al conductor que reta, insulta, agrede, al alumno que se enfrenta a sus compañeros, que reta a sus maestros, que amenaza, en fin, la lista es interminable, todo nos vale, no hacemos nada, todo “para no meterme en problemas con nadie”.
Derechos humanos, un término que suena hueco cuando nos damos cuenta de que la realidad demuestra que tales derechos no existen, porque nadie lucha por ellos; es más, ni los organismos llamados autónomos asumen su papel obligado porque mejor se ocupan por lo que la política les podría ofrecer o por lo que en el mismo ámbito podrían lograr.
¿Será posible humanizarse? ¿Qué nos falta para alcanzar la excelencia como personas? Es algo que debemos pensar en serio y actuar, sobre todo por quienes vienen atrás empujando y por los que llegarán; por nuestro propio bien y para que luego no nos alcancen nuestras propias acciones, porque el golpe puede ser muy duro.
Empiezan las fiestas por todas partes, ya se respira el ambiente navideño. En muchas partes se escucha la música que nos envuelve con temas que nos ubican en el tiempo que estamos a punto de vivir. Junto con esta “preparación” nos llega la mercadotecnia que permitimos que nos envuelva y nos venza. Ofrecimientos de todo tipo para gastar, ninguno habla de dar la persona, de visitar al desvalido, de acercarse al necesitado, sea el padre, la madre o cualquier pariente, amigo o desconocido olvidados. Vale ésta como una oportunidad para empezar a humanizarnos, ese tema tan recurrente que nos golpea constantemente para gritarnos que nos estamos perdiendo como seres humanos. El fondo de todo no radica en cuánto das a los demás, sino en cuánto te das a todos, en especial a quienes te necesitan. Podemos empezar ya, es urgente y necesario.— Mérida, Yucatán.
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