viernes, enero 18, 2008

Para variar, no hicieron la tarea

Cuando el 1 de enero de 1994, hace 14 años, entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o TLCAN —conocido también por TLC o Nafta por sus siglas en inglés “North American Free Trade Agreement” o Aléna, del francés “Accord de libre-échange nord-américain”—, se sabía que en un proceso de desgravación escalonada quedaría establecida una zona de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México.
El Tratado eliminaría, ciertamente, fronteras para comerciar y facilitar el cruce de una línea a otra, para el movimiento de bienes y servicios entre los territorios de los países miembros, y se quitarían las barreras al comercio entre Canadá, México y Estados Unidos, estimulando el desarrollo económico y dando a cada país integrante igual acceso a sus respectivos mercados.
Ante este acuerdo, el gobierno mexicano comenzó el planeamiento de un programa propio que más tarde introduciría las industrias maquiladoras en el norte de México. El “programa de maquiladoras” fue impulsado por el gobierno mexicano como respuesta al cierre del programa “Braceros”, por el cual se autorizaba a trabajadores agrarios mexicanos a realizar trabajos temporales legalmente en territorio estadounidense.
Aunque el proyecto del TLC se visualizaba como algo a cumplirse totalmente a largo plazo luego de entrar en vigor, era claro que para que funcionara se debían eliminar los obstáculos al comercio, a fin de facilitar la circulación fronteriza de bienes y servicios entre territorios de las partes firmantes.
En el ínter de todo este asunto, el trabajo legislativo debió enfilar sus baterías para proteger —algunos le dicen “blindar”— el comercio interior y los productos y servicios mexicanos, ante el inevitable embate de los correspondientes productos y servicios extranjeros que se esperaba que llegara.
Esto no ha ocurrido y en cambio, al irse dando la desgravación progresiva de productos y servicios, un sentimiento de abandono de parte de los mexicanos se ha hecho sentir, independientemente de los beneficios reales que el propio Tratado propone, pues no existe una legislación interna que nos promueva y proteja.
En el transcurso de los últimos meses, tanto en el ámbito del campo como en el automotriz, se han escuchado voces que manifiestan no estar de acuerdo con lo que han calificado como “puñalada trapera” del gobierno mexicano —a causa del TLCAN— a los campesinos y a las cámaras de varios sectores empresariales, y no se repara en la irresponsabilidad del Poder Legislativo en el asunto.
No estamos de acuerdo con quienes piensan que el TLCAN nos vino a acabar completamente, porque no podemos competir con dos países económicamente poderosos, pues el tiempo para preparar precisamente el golpe fuerte que el Tratado daría no lo usaron nuestros legisladores para blindar, proteger y prevenir cualquier problema, al quedar totalmente liberado el comercio entre México, Estados Unidos y Canadá.
Es fácil hacer mucho ruido, pero una cosa es cierta: el espíritu del TLCAN sólo busca impulsar comercialmente a México en el exterior. Sólo que para que eso suceda, se debieron poner las condiciones legales para que los productos y servicios en el país elevaran su calidad y se pusieran a la altura del primer mundo.
Como siempre, los legisladores no hicieron la tarea a tiempo; no es raro pues en las últimas décadas pretextos no han faltado para justificar la falta de aprecio por el pueblo de México.
Es curioso, hoy se levantan voces para quejarse por el TLC, cuando en el tiempo que tuvieron previo al golpe final —suficiente por supuesto— no hicieron la tarea; estamos seguros de que no porque no pudieran, sino porque no quisieron hacerlo.

Remate
No todo es miel sobre hojuelas en el caso del TLC y hay que reconocerlo: ante la pregunta “¿a quién ha beneficiado el TLC?”, cabe decir que con el acuerdo no se ha fortalecido la soberanía mexicana, ni hay relación directa con las luchas por la democracia, como especulaban muchos de sus animadores; tampoco ha disminuido la emigración mexicana a Estados Unidos, ni ha mejorado la economía, el bienestar de las mayorías, ni la amistad de los pueblos mexicano y estadounidense. Todos aquellos que promovieron entusiasta y activamente el Tratado de Libre Comercio se imaginaron que con tan histórica decisión las relaciones entre México y Estados Unidos tendrían que ser de manera inevitable mejores que nunca. Y quizás tenían razón, sólo que no contaron con que los legisladores dejarían pasar mucho tiempo para preparar al país, a fin de evitar un problema como el que estamos viviendo. Peor aún, luego de 14 años de haberse iniciado el TLC, ni siquiera la amistad México-Estadounidense mejoró, por el contrario, está en uno de sus peores momentos.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
http://angelaldazg.blogspot.com/

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