jueves, junio 07, 2007

Ahora es nuestro turno

Los políticos están más
allá de las personas; por
eso quiero ser político
—un joven que votará
por primera vez
Se termina el plazo para que los candidatos hagan sus propuestas y se ganen la confianza ciudadana para el depósito de votos a su favor. Sin embargo, luego de observar el arranque de las campañas y estar atento a las propuestas y a tanto escándalo alrededor de cada aspirante, sucedió lo que me temía: no hubo propuestas, sólo ruido.
Siempre me he preguntado qué herencia dejaremos a las próximas generaciones cuando nosotros nos hayamos ido, qué futuro les estamos preparando.
Una de las principales incongruencias que vivimos es la desigualdad social: la realidad nos muestra que en nuestro país cada vez es más fácil practicar la desigualdad para triunfar, una situación que se confirma de manera particular entre la población donde las condiciones de vida son más severas, porque la infraestructura de servicios es pésima o no existe. ¿Propuestas en este sentido? Ninguna; lo único que aprendimos es que son necesarias la pobreza, la discriminación y la delincuencia para que los políticos sobrevivan.
Todos somos importantes por derecho propio: en lo humano, por ser personas dignas de ser amadas, y en lo legal, por ser ciudadanos con derechos constitucionales. Pero el gobierno aún no entiende que en la medida en que tome en cuenta a todos y abra oportunidades por igual, beneficiará el desarrollo socioeconómico de nuestro Estado.
Es una vergüenza que mientras una buena parte de la sociedad vive en medio de problemas a causa de la desigualdad, la pobreza, la desnutrición, la ignorancia, etcétera, los gobiernos despilfarren dinero a manos llenas en tonterías que no benefician a nadie.“Campañas” con pendones, espectaculares, medallones, banderines y camisetas; apoyos “no oficiales”, “promesas” y mentiras, spots y salarios exagerados son una burla, pretextos para decir que se trabaja, cuando en realidad no se hace; mientras tanto, la gente sufre.
Que no todos tengan las mismas oportunidades no sólo se vuelve una tragedia personal o familiar, sino que representa un costo enorme para las familias, para las comunidades y para el país. Velar por la salud y el bienestar de todos y ofrecer las mismas oportunidades es humano y justo, contribuye al bien común. Ya es hora de que los políticos incluyan en sus pautas y agendas de trabajo a la compasión social: un poco de empatía por toda la ciudadanía sería suficiente para descubrir la miseria que le rodea y, sobre todo, para actuar en su favor.
Lo que la política moderna, más bien los políticos nos enseñan es que no se llevan con lo humano, no saben qué significa la empatía y sólo promueven el egoísmo y la ambición. Y las campañas que recién terminan son un claro, triste y vergonzoso ejemplo de esto.
Nuestro futuro dependerá de lo que hagamos ahora los ciudadanos y, ciertamente, el próximo domingo habrá mucho por hacer.
Remate
Es desafortunado, pero la realidad demuestra que ni los proyectos de ciudadanos organizados en beneficio de la gente prosperan, porque las autoridades anteponen sus intereses económicos, personales y políticos al bienestar común. Si fuera de otra manera, con los esfuerzos conjuntos de gobiernos, asociaciones de profesionales, instituciones académicas y organizaciones no gubernamentales se lograría que cada persona tenga la oportunidad de una vida sana y próspera, en especial los niños, las mujeres, los discapacitados y los ancianos. Si hubiera congruencia entre educación y realidad, a partir del ejemplo en casa pero sobre todo de quienes nos gobiernan, no sería tan difícil describir el tipo de futuro que recibirán las próximas generaciones. Para esto es necesario y urgente un poco de misericordia y compasión social, esas que se refieren al corazón que se hace solidario y sobre todo actúa; por desgracia, es algo que nuestros “políticos” ya demostraron que no tienen.— Mérida, Yucatán.
(Publicado en el Diario de Yucatán el 14 de mayo de 2007)

viernes, mayo 11, 2007

Sólo un gran amor las mueve

Día muy caluroso, como los que hemos estado viviendo últimamente en nuestra ciudad, y a mí se me ocurrió caminar unas cuadras para ir al banco a hacer unos pagos necesarios. Confieso que llegué irritado por el calor.
En el banco, mientras esperábamos varias personas en una larga cola, Jaimito, un niño de unos siete u ocho años jugaba, sin importarle el lugar ni los ojos que sobre él se posaban. “Tengo sed y ya me quiero ir a mi casa”, decía, mientras su madre desesperada no sabía si atenderlo para evitar que se hiciera daño o permanecer en la cola, en espera de que le tocara su turno para ir a la ventanilla.
Jaimito mostraba claros rasgos de algún síndrome, ignoro cuál, pues no me atreví a preguntar, como tampoco me atreví —tonto de mí— a pedir que quienes estaban al frente de la cola le cedieran el lugar a esta mujer, a fin de que terminara su angustiosa preocupación.
Afortunadamente fue un ejecutivo del banco quien entendió la situación y le cedió el paso directo a un cajero para que la atendiera y su trámite concluyera. Yo le agradecí su gesto desde lo más profundo.
Mientras esperaba su turno, hubo un momento en que la mujer se desesperó, quizás porque le preocupaba la seguridad de Jaimito, quien jugaba en las escaleras, subiendo y bajando a gatas, o quizás porque pensaba que a quienes nos encontrábamos ahí nos incomodaba su hijo.
Tal vez para algunos, pero no para mí. Yo observaba sus atrevimientos, su despreocupación al jugar y, mientras lo veía, me desconecté, me puse a pensar..., y realmente me perdí en mi interior.
Pensé en el amor que esta madre le da a su hijo y en el que Jaimito le da a su madre que lo protege. Luego de terminar sus trámites, la señora cargó al niño y salió con él diciéndole que le compraría un refresco y que ya no se preocupara porque ya iban para su casa.
Confieso que quise salir detrás de ella para preguntarle muchas cosas y sobre todo para hablar con el niño, pero me detuvo un profundo respeto por ambos, una admiración por ese lazo tan fuerte entre madre e hijo y, lo acepto, se me hizo un nudo en la garganta.
Me puse a pensar en la importancia de una madre en la vida de las personas y recordé a la mía, cómo por ella aprendí a sonreír: “Una cualidad muy importante para hacerse agradable hasta para el enemigo más grande”.
También recordé una historia que leí hace tiempo que, aunque se refiere a un ave, retrata a la perfección el amor que la naturaleza regala a una madre por sus hijos, ese que aprendí de mi madre:
Después de un incendio forestal en el Parque Nacional de Yellowstone, los guardabosques iniciaron una larga jornada montaña arriba para valorar los daños del incendio. Un guardabosque encontró un pájaro literalmente petrificado en cenizas, posado como estatua en la base de un árbol.
Un poco asombrado por el espeluznante espectáculo, dio unos golpecitos al pajarillo con una vara. Cuando lo hizo, tres diminutos polluelos se escabulleron bajo las alas de su madre ya muerta.
La amorosa madre, en su afán de impedir el desastre, había llevado a sus hijos a la base del árbol y los acurrucó bajo sus alas, instintivamente conociendo que el humo tóxico ascendería.
Pudo volar para su seguridad, pero se negó a abandonar a sus bebés. Cuando las llamas llegaron y quemaron su pequeño cuerpo, permaneció firme, porque decidió morir para que aquellos que estaban bajo sus alas viviesen.
Remate
Jaimito y su mamá me enseñaron mucho y les estoy muy agradecido. Me ayudaron a ganar otro punto en mi camino por ser más humano, una labor que he de reconocer que empezó desde que mi madre ha estado conmigo.— Mérida, Yucatán.
(publicado en el Diario de Yucatán el 7 de mayo de 2007)

sábado, abril 28, 2007

La magia de ser niños

He llegado por fin a lo que
quería ser de mayor: un niño
— Joseph Heller (1923-1999),
escritor norteamericano
Eran seis niños que jugaban acompañados de gran algarabía en la casa; seis niños que mamá, papá y la abuela disfrutaban con sus ocurrencias.
Seis personitas que vivían de su imaginación, de juegos y travesuras. Seis hermanos niños que brincaban de un lado a otro, pasando de la imaginación a la realidad.
Estos niños detenían los juegos cuando se complicaban con un simple: “¡No valió!”, y arreglaban sus errores con un: “Empezamos otra vez”; sus discusiones las terminaban siempre con un: “¡Todo lo que digas será al revés!”.
Tener dinero para ellos significaba comer charritos con chile, chamoy o galletas, y cualquier desfile de hormigas era suficiente para mantenerlos ocupados por horas.
Los seis niños tenían formas de salvar a sus “amigos” con un grito: “... ¡Por mí y por todos mis compañeros...!”.
A cualquiera que tuviera más de 20 años le decían: “Ese señor” o “Esa señora”, y cuando querían presumir algo les salía el: “¿A que no haces esto?”...
Los baños bajo la lluvia eran lo máximo y nada les asustaba entonces, ni las enfermedades.
A pesar de que algún mayor les decía: “Te duermes, por favor”, preferían envolverse en la hamaca como si ésta fuera un refugio.
Los policías y los ladrones sólo existían en un juego: era divertido ser ladrón, pues nadie los castigaba por eso. Los globos de agua eran las armas perfectas y la única desilusión era que te eligieran de último para jugar.
Los hermanos mayores eran un tormento, sí, pero cómo protegían a los pequeños con fidelidad y fiereza. A esos seis hermanos niños no les faltaron las monedas del “ratón” por ¡un diente de leche!, y “guerra” significaba arrojar comida en el almuerzo o bolas de papel en la escuela.
Entre todos transformaban una bici, con sólo amarrar globos en los rayos para hacer ruido; y si faltaba el globo, un cartón o el sonido con la boca eran suficientes.
Saber la coreografía del personaje favorito y bailarla era lo máximo, pero sobre todo creerse Supermán y ponerse las faldas de mamá como capa, mientras subían a cualquier mueble para saltar y “volar” como él...
Todas estas cosas que parecen simples les hacían felices; no necesitaban nada más que juguetes, cualquier cosa podría ser, y hermanos o amigos para pasar el día.
Yo me acuerdo de todo eso, porque fui uno de esos seis niños.
A veces viene bien tener siempre en mente esos tiempos en que todo era distinto y reservar ese sitio en el que aún somos niños, pues eso nos hace relacionarnos de una forma más pura y honesta... Vale la pena intentarlo.
Remate
Para mí, como para muchos, la niñez fue la etapa más feliz. He visto cómo mis hijos se alegran con las cosas más triviales e insignificantes o cómo gozan jugando, mientras corren y gritan por la casa, y entonces he querido volver a ser niño. También he pensado, confieso que de manera pesimista, que en un futuro se convertirán en adultos y perderán mucho de esa inocencia, de esa candidez y del disfrute de las cosas triviales que da la vida. Por eso sólo quiero pensar en este momento mágico, en la dulzura que irradia su mirada de niños y confirmo lo que hoy e idealizado para seguir luchando: ¡Es maravilloso ser niño!— Mérida, Yucatán.
(Publicado en el Diario de Yucatán el 30 de abril de 2007)

Como una voz en el desierto

La violencia es hoy el primer problema social —y el principal de salud pública— que involucra a todos y afecta a la vida nacional tanto, que se habla de una “cultura de violencia” cuya cuna es el maltrato intrafamiliar.
En las verdaderas relaciones de pareja se permite el surgimiento del conflicto abierto, siempre que de manera civilizada, con el diálogo, se resuelvan las diferencias.
Es triste reconocer que la violencia conyugal sucede con mucho más frecuencia y es difícil verla, medirla y evidenciarla, pues ocurre en el ámbito de lo privado y no se reporta en toda su magnitud ante los organismos oficiales de apoyo a la familia o las autoridades judiciales. Además, por el lado de las víctimas, hay un gran porcentaje de mujeres que no denuncia.
Víctima y victimario son personas que se supone que se aman, o se amaban, pero, repetimos, los conflictos no son observables, no hay discusión abierta de ellos y por eso el poder controlador no encuentra límites, salvo los que ponga la “ética personal”. Recordemos que es en la intimidad donde se puede ser violento o amoroso.
Es cierto que la conciliación familiar no aparecerá como el resultado milagroso ante la magnitud de la violencia conyugal, pero las instituciones de gobierno enfocadas a proteger a la familia y la salud pública pueden contribuir con ello a las políticas públicas y a intervenir con la orientación y la protección de quienes enfrentan el maltrato.
Hay que recordar que en los casos de violencia la mujer no es la única receptora del maltrato, sino también los hijos.
La denuncia, pues, depende de la percepción cultural de que se trata de un delito, de la confianza en las instituciones para denunciar y, sobre todo, de la decisión de la víctima para hacerlo..., pero las mujeres callan, no se atreven a acusar y a señalar, ¿por qué?
Toda esta reflexión viene a propósito del comentario que el señor Gerardo Lira hizo el viernes pasado en “Voces del público”: “¿Para qué se hacen las campañas si el Ministerio Público necesita que las mujeres agredidas lleguen desangrándose a poner su denuncia para que se imparta justicia? Por eso muchas personas no denuncian, para qué, si no hay justicia en Yucatán, y me imagino que lo mismo pasa en todo México...”.
En el sistema de justicia mexicano, las modificaciones para “proteger” a los más indefensos que son violentados aún no entran en la cabeza de quienes son responsables de prevenir y proteger a las víctimas, pero sobre todo de castigar a los victimarios.
Con esta realidad en las narices, preguntamos: ¿Qué falta hacer? ¿Es suficiente dictaminar una ley, promulgarla y dejarla al “cumplimiento” en manos de quién sabe quien? ¿Cómo hacer que la autoridad entienda que su obligación es actuar en defensa del ciudadano?
Es una vergüenza escuchar respuestas como las recibidas por la prima del señor Lira, ante su decisión de denunciar un abuso. ¿Será que realmente nuestras leyes están hechas con malicia, para proteger al delincuente y aplastar a la víctima, como mucha gente dice?
La defensa del débil es una obligación inalienable que deben cumplir los verdaderos servidores públicos, pues el título “servidor” no se refiere a quien se sirve de otros, sino a aquel que sirve a todos.
Remate
En medio de tanta situación de violencia, de propuestas sin sentido, como el “aborto legal”, de crímenes perpetrados por el ser humano contra el ser humano, suena fresco, nuevo y renovador escuchar la voz de alguien a favor de la mujer cuando dice: “Soy un hombre y me duelen sus heridas; nunca olvido aquel consejo de mi padre: 'Pégale a la pared..., pero nunca a una mujer'” (Reyli). Ante la violencia de género, es quizás el mejor consejo que últimamente he escuchado.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
http://angelaldazg.blogspot.com/
(Publicado en el Diario de Yucatán el 23 de abril de 2007)

jueves, abril 12, 2007

Empieza por ser humano para discutir así

Cuando aún no termina el debate sobre la legalización del aborto en el Distrito Federal y la posibilidad de extender la legalidad de su práctica a todo el país, surge una nueva propuesta del PRD para permitir la muerte asistida en su modalidad de “eutanasia pasiva”.
En una entrevista con Carlos Loret de Mola, el senador del PRD y secretario de la Comisión de Salud en el Senado, Lázaro Mazón Alonso, anunció que presentará una iniciativa en el Senado de la República para despenalizar la eutanasia, aunque, dijo, “nada tiene que ver con administrar una inyección para acabar con el sufrimiento de algún paciente”.
Independientemente de la “bondad” de la propuesta, por tratarse de la “eutanasia pasiva”, se prevé la posibilidad de permitir que muera una persona, aunque existan los medios para evitarlo, previa autorización de los familiares y de un llamado “comité de bioética”.
Y el vaticinio del senador perredista va más allá: amén de ser éste “un buen momento para debatir el tema”, la iniciativa “se podría aprobar este mismo año”.
En el culmen del debate sobre el aborto se dice que la obligación del médico es suprimir la causa del dolor físico o aliviar sus efectos, dar consuelo moral y psicológico a quien sufre, y proteger la vida y curarla, mas no matar.
Esto pone de nuevo en la mesa de la discusión el asunto de si las personas estamos preparadas para hablar de estos asuntos, pues son temas que dividen: por un lado está el hecho de no permitir el nacimiento de una persona porque no se le desea y entonces se le impone la pena de morir, sin posibilidad de defenderse, y por el otro el de permitir la muerte de quien ya vivió, pero que no quiere sufrir ante una enfermedad que de forma irremediable y de todas maneras terminará con su vida.
¿Qué hacer? Es un hecho que la primera mención de ambos asuntos en reuniones familiares, de café, con amigos y conocidos enciende pasiones y divide, muchas veces de manera violenta, porque lo que se discute son posturas religiosas, moralistas y, en el colmo de los colmos, políticas.
¿No ha sido un claro y mejor ejemplo que para entender a los hombres y sus debilidades, en lugar de aniquilarlos, Dios prefirió hacerse hombre? La lección está ahí: urge ser humanos para entender al ser humano y conservarlo vivo en la Tierra; de otra manera y sin ser fatalista, nuestra extinción es casi inminente.
Ya alguien anunció antes que el PRD “discutiría” primero el aborto y que de inmediato propondría el tema de la eutanasia..., y su voz fue profética. Si la política, en algunos casos la religión en la que se cree y el ser humano ya se deshumanizaron, ¿a dónde nos dirigimos entonces?
Hay que volver a lo verdaderamente importante: es cierto, primero hay que amar a Dios sobre todas las cosas, pero también amar al ser humano para entenderlo y defenderlo.
Nos tenemos que humanizar para proponer lo mejor, a fin de crecer, no sufrir o, al menos, no discutir cosas que sólo ponen en duda nuestra permanencia en la Tierra. Y no es difícil lograrlo.
Remate
La diferencia entre “eutanasia activa” y “eutanasia pasiva” equivale a la diferencia entre matar y dejar morir. Para mí matar o dejar morir suenan igual: son un crimen. Yo aún creo en el ser humano, en su capacidad de sobrevivir y de amar.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
http://angelaldazg.blogspot.com/
(Publicado en el Diario de Yucatán el viernes 13 de abril de 2007)