sábado, abril 28, 2007

La magia de ser niños

He llegado por fin a lo que
quería ser de mayor: un niño
— Joseph Heller (1923-1999),
escritor norteamericano
Eran seis niños que jugaban acompañados de gran algarabía en la casa; seis niños que mamá, papá y la abuela disfrutaban con sus ocurrencias.
Seis personitas que vivían de su imaginación, de juegos y travesuras. Seis hermanos niños que brincaban de un lado a otro, pasando de la imaginación a la realidad.
Estos niños detenían los juegos cuando se complicaban con un simple: “¡No valió!”, y arreglaban sus errores con un: “Empezamos otra vez”; sus discusiones las terminaban siempre con un: “¡Todo lo que digas será al revés!”.
Tener dinero para ellos significaba comer charritos con chile, chamoy o galletas, y cualquier desfile de hormigas era suficiente para mantenerlos ocupados por horas.
Los seis niños tenían formas de salvar a sus “amigos” con un grito: “... ¡Por mí y por todos mis compañeros...!”.
A cualquiera que tuviera más de 20 años le decían: “Ese señor” o “Esa señora”, y cuando querían presumir algo les salía el: “¿A que no haces esto?”...
Los baños bajo la lluvia eran lo máximo y nada les asustaba entonces, ni las enfermedades.
A pesar de que algún mayor les decía: “Te duermes, por favor”, preferían envolverse en la hamaca como si ésta fuera un refugio.
Los policías y los ladrones sólo existían en un juego: era divertido ser ladrón, pues nadie los castigaba por eso. Los globos de agua eran las armas perfectas y la única desilusión era que te eligieran de último para jugar.
Los hermanos mayores eran un tormento, sí, pero cómo protegían a los pequeños con fidelidad y fiereza. A esos seis hermanos niños no les faltaron las monedas del “ratón” por ¡un diente de leche!, y “guerra” significaba arrojar comida en el almuerzo o bolas de papel en la escuela.
Entre todos transformaban una bici, con sólo amarrar globos en los rayos para hacer ruido; y si faltaba el globo, un cartón o el sonido con la boca eran suficientes.
Saber la coreografía del personaje favorito y bailarla era lo máximo, pero sobre todo creerse Supermán y ponerse las faldas de mamá como capa, mientras subían a cualquier mueble para saltar y “volar” como él...
Todas estas cosas que parecen simples les hacían felices; no necesitaban nada más que juguetes, cualquier cosa podría ser, y hermanos o amigos para pasar el día.
Yo me acuerdo de todo eso, porque fui uno de esos seis niños.
A veces viene bien tener siempre en mente esos tiempos en que todo era distinto y reservar ese sitio en el que aún somos niños, pues eso nos hace relacionarnos de una forma más pura y honesta... Vale la pena intentarlo.
Remate
Para mí, como para muchos, la niñez fue la etapa más feliz. He visto cómo mis hijos se alegran con las cosas más triviales e insignificantes o cómo gozan jugando, mientras corren y gritan por la casa, y entonces he querido volver a ser niño. También he pensado, confieso que de manera pesimista, que en un futuro se convertirán en adultos y perderán mucho de esa inocencia, de esa candidez y del disfrute de las cosas triviales que da la vida. Por eso sólo quiero pensar en este momento mágico, en la dulzura que irradia su mirada de niños y confirmo lo que hoy e idealizado para seguir luchando: ¡Es maravilloso ser niño!— Mérida, Yucatán.
(Publicado en el Diario de Yucatán el 30 de abril de 2007)

1 comentario:

  1. quien no podria volver a sentirse niño con esas descripciones..
    si que somos inocentes cuando pequeños.. incluso recuerdo que al salir del colegio caminabamos bajo las goteras de las casas pues sabiamos que al llegar a casa nos esperaba la ropa caliente y el amor de mamá..

    la niñez es la mejor etapa..
    siempre que se recuerda..
    brotan miles de sonrizas..

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