La modernidad nos hace asumir un tipo de vida en el que todo el tiempo corremos y nos acostumbramos a que nuestros problemas no los resolvemos, como no hay tiempo... Nuestra sociedad “moderna” tiene prisa por “crecer”, exige tener más en el menor tiempo posible y, así, resolver problemas no encaja.
Nicholas Georgescu-Roegen explica esto con una metáfora: “El circúndrome de la máquina de rasurar”: “Rasurarse más rápido para tener más tiempo, para trabajar en una máquina que rasure con mayor rapidez, a fin de tener más tiempo para trabajar en una máquina de rasurar aún más rápida y así ad infinítum”. Bajo este principio, hoy creamos un mundo con cuatro características: El aumento imparable de las desigualdades. Con consecuencias graves e inmediatas como la inmigración, la precariedad laboral y social, y la inseguridad creciente.
Una sociedad menos democrática. Todo se rige por el principio de que quien más tiene más puede.
La guerra y la agresión al servicio de proyectos unipolares. El ejemplo más claro es Estados Unidos, el “gendarme mundial” que está por encima de las Naciones Unidas.
Las amenazas ecológicas. De las que todos somos culpables: deterioro de la capa de ozono, contaminación del aire, pérdida de suelos cultivables, derroche del agua, deforestación o extinción de especies animales y vegetales.
Surge una nueva preocupación: ¡los problemas empeoran! Hace poco preguntaba qué herencia preparamos para los niños que bogan en nuestros ejemplos, si hoy se enseña agresión, violencia y muerte, una vida desechable, no valores. Nos empeñamos en educar a los niños para que piensen que no tienen futuro. Mañana serán personas que despreciarán lo ajeno, destruirán para “resolver”.
Y es que los niños son los herederos de la lengua de los padres, de la experiencia de los abuelos, de los cuentos de los ancestros, son los depositarios de la herencia que transmitirán en el futuro. Absorben todo y lo procesan, lo archivan y lo repiten. Así se forma la sociedad: los pequeños aprenden lo que ven y perpetuan los valores morales y culturales que reciben. Nosotros vivimos el futuro que labraron otros, mientras nos crecían.
Cambiar depende de que estemos convencidos y demos lo mejor; los resultados siempre serán buenos, sobre todo para nosotros.
Remate
Y a propósito de que ganó Ivonne, su premio serán problemas: el combate del hambre y de la precariedad creciente; el trabajo por la democracia participativa, la defensa de los derechos para todos, la emigración, la promoción de la cultura, los valores y la vida, y más... Creo que el cambio es posible. Muchos dirán que es una utopía, pero como dice Eduardo Galeano: “¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar”.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
http://angelaldazg.blogspot.com/
(publicado en el Diario de Yucatán el 2 de junio de 2007)
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