sábado, julio 18, 2009

El poder de la familia

Las lecciones de vida nos llegan todos los días, a cada momento, silenciosas o escandalosas, de sorpresa o esperadas, no importan las circunstancias y el momento, ténganlo por seguro, siempre llegan y llegan bien.
En muchas ocasiones es la lección que llaman “en pellejo ajeno” y otras en el propio. Pero las lecciones más certeras vienen de los que admiramos, de los que queremos y conocemos como esa roca que nunca se doblega y nos hace firmes, fuertes, bien cimentados.
Y lo digo porque en esta ocasión la vida me ha dado un regalo muy grande en una lección especial, ésta venida de mis padres. Mis hermanos y todos los que participamos en una reunión que tuvimos hace poco saben de lo que hablo.
Saber pedir perdón es un asunto que lleva tiempo aprender; saber reconocer los errores y entender que el amor siempre va primero en toda circunstancia es aún más difícil.
De mi infancia tengo muchos recuerdos, todos felices, bien vividos y convividos con cinco hermanos realmente traviesos, pero cariñosos y sobre todo muy cercanos, alojados en el corazón siempre uno de otro, estoy seguro de eso. De mi madre, la cercanía, el amor, la presencia y los consejos, la valentía, el silencio, Dios, la sonrisa que contagia, los ojos que dicen todo; siempre junto a una caída, un golpe, un triunfo, un regaño, siempre ahí, incondicional y llena de amor.
De mi padre, de niño lo conocí como el fuerte, el de la palabra final, el que no estaba porque tenía que estar ausente, el hombre responsable, que cumplía su papel de ser el eje familiar y el sustento de la casa.
Sin ser una familia de acomodo económico, sino por el contrario pasando muchas penurias, gracias a ambos, mis padres, pudimos llegar a ser quienes somos y nos sentimos todos los hermanos orgullosos de eso.
Las sorpresas en los últimos meses han sido muy fuertes en mi vida. Imagínense que hace apenas un mes que celebramos los 15 años de mi hija mayor me sorprendí al escuchar de sus labios, de manera espontánea, cosas que no esperaba de la forma como las dijo: “Les agradezco que sean mis padres y sepan que los amo porque son las mejores personas que conozco...”. ¡Bah!, tonto de mí sólo me aguanté las lágrimas, pero su mensaje llegó y pico fuerte y claro ese corazón que a veces se muestra duro y de pronto me recuerda a ese viejo que tanto quiero que es mi padre.
Pero bueno, las sorpresas no se detuvieron. ¿Será acaso una señal divina? No, no lo creo, son regalos que nos llegan así nomás, de manera limpia y hermosa.
Hace un par de semanas tuvimos una reunión familiar.
Cada mes nos encontramos los hermanos con sus familias y nuestros papás. Así que nos tocó cumplir en casa de los abuelos. Entre chiquillada, cantos, vídeos y comida, de pronto papá y mamá se plantaron delante de todos y, como siempre, la fortaleza en la sencillez de mi madre salió a flote cuando nos dijo: “A ver, su papá y yo tenemos algo especial que decirles y queremos que nos escuchen, es algo importante”.
¿Alguna vez su padre y su madre les han pedido perdón porque sintieron que no dieron lo suficiente para ustedes sus hijos? ¿Se ha dado alguna ocasión en que su padre, el hombre roca de la casa, de pronto llore y diga que reconoce que no estuvo tan cercano y que, aunque se justificaba la ausencia por la necesidad de comida, escuela, vestido, siente que no estuvo, que se perdió lo más importante y ya no podrá recuperarlo?
Bueno, pues eso nos sucedió a los hermanos. Ése fue el impacto agradable del día.
Una lección que, en esta ocasión, llegó como inesperada, llena, total, que nos inundó a todos de una sensación y un sentimiento que aún hoy disfrutamos.
Lloramos, hablamos, nos dijimos muchas cosas, pero al final la esencia del asunto permaneció: una vez más los padres fueron el eje de una lección hermosa que se agradece y se necesitaba.
Compartir esto es importante porque creo que reafirma esa teoría de que la familia es muy importante para el ser humano, los lazos que se crean en ella son especiales y hacen a las personas especiales.
Comprenderán ahora por qué defiendo tanto a la familia. Mi familia no deja de darme lecciones todos los días. La mía, la que formamos mi esposa, mis hijos y yo, lo hace todos los días.
Mi admiración por mis padres se triplicó, no sé a qué distancia de esta Tierra llegó, pero estoy seguro de que fue muy lejos. Espero ser un verdadero ejemplo para mis hijos de esto mismo que me tocó vivir en esta ocasión.
Definitivamente, me tocó vivir una niñez hermosa y una adultez aún mejor cada vez que descubro algo nuevo a mi alrededor en todos aquellos que quiero y me rodean.—Mérida, Yucatán.

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