martes, julio 21, 2009

Si las paredes hablaran

Quizás ya esté entrando a otra fase de mi vida y digan que a lo mejor ya estoy viejo y pienso cosas de viejo, pero, ¡ah!, los recuerdos cómo ayudan a sostener en tiempos de dificultades y problemas.
Y lo digo porque hace poco fui a recoger las calificaciones de mis hijos en la que fuera mi escuela primaria y recordaba muchas cosas ahí, juntito a las paredes que atestiguaron muchas cosas vividas con mis compañeros... y disfruté de nuevo.
Dicen que si las paredes hablaran nos tendríamos que cuidar porque podríamos ser descubiertos por los demás, pero en este caso yo digo que si las paredes hablaran desnudarían nuestras almas de niños a todos los que dejamos en esa escuela el 70% de seis años de nuestra niñez en sus pasillos, en sus salones y, por supuesto, en las personas. Somos parte de ese edificio, definitivamente, pero sobre todo somos parte de ese espíritu familiar de quienes formamos el grupo de amigos, el grupo escolar y la escuela en sí.
En menos de 10 minutos tuve la oportunidad de ¿vivir de nuevo? Sí, de vivir de nuevo y verme ahí, jugando entre árboles (que por cierto ya no están), cazando iguanitos o simplemente corriendo de aquí para allá con los amigos de ese momento, de ese entonces.
Confieso que hay dos cosas que me recargan las baterías siempre: los recuerdos, que disfruto mucho porque son recuerdos felices, y la música que, aunque muchos opinen lo contrario, eleva el espíritu y nos lleva a lugares insospechados, amén de que un libro también lo hace y se disfruta mucho también.
Pienso en mis amigos, pienso en aquéllos con quienes compartí mis épocas de primaria y anhelo esos momentos. Los llevo conmigo, como estoy seguro que muchos lo hacen en sus respectivas circunstancias personales.
Lo cierto es que son recuerdos que no duelen, sino que se disfrutan, se siguen amando a pesar y junto con el tiempo que ya pasó.
Una de las cosas que el ser humano disfruta es urgar en su interior y sacar recuerdos para volver a disfrutarlos. Es la naturaleza humana la que nos regala esos momentos pasados.
De vez en cuando te sugiero que hagas lo mismo, recuerda lo bueno y lo malo, lo gracioso y lo doloroso, en fin, verás que no importa el tipo de recuerdo que llegue, simplemente terminarás con las pila al 100% y eso te ayudará a seguir caminando la ruta que te corresponde en esta vida, la que elegiste para ti y para los tuyos.
Se dice que hay 10 cosas que uno debe hacer para decir que está listo para partir... puedo decir que voy descontando poco a poco esas sugerencias por cumplidas... ¿y tú?— Mérida, Yucatán.

sábado, julio 18, 2009

El poder de la familia

Las lecciones de vida nos llegan todos los días, a cada momento, silenciosas o escandalosas, de sorpresa o esperadas, no importan las circunstancias y el momento, ténganlo por seguro, siempre llegan y llegan bien.
En muchas ocasiones es la lección que llaman “en pellejo ajeno” y otras en el propio. Pero las lecciones más certeras vienen de los que admiramos, de los que queremos y conocemos como esa roca que nunca se doblega y nos hace firmes, fuertes, bien cimentados.
Y lo digo porque en esta ocasión la vida me ha dado un regalo muy grande en una lección especial, ésta venida de mis padres. Mis hermanos y todos los que participamos en una reunión que tuvimos hace poco saben de lo que hablo.
Saber pedir perdón es un asunto que lleva tiempo aprender; saber reconocer los errores y entender que el amor siempre va primero en toda circunstancia es aún más difícil.
De mi infancia tengo muchos recuerdos, todos felices, bien vividos y convividos con cinco hermanos realmente traviesos, pero cariñosos y sobre todo muy cercanos, alojados en el corazón siempre uno de otro, estoy seguro de eso. De mi madre, la cercanía, el amor, la presencia y los consejos, la valentía, el silencio, Dios, la sonrisa que contagia, los ojos que dicen todo; siempre junto a una caída, un golpe, un triunfo, un regaño, siempre ahí, incondicional y llena de amor.
De mi padre, de niño lo conocí como el fuerte, el de la palabra final, el que no estaba porque tenía que estar ausente, el hombre responsable, que cumplía su papel de ser el eje familiar y el sustento de la casa.
Sin ser una familia de acomodo económico, sino por el contrario pasando muchas penurias, gracias a ambos, mis padres, pudimos llegar a ser quienes somos y nos sentimos todos los hermanos orgullosos de eso.
Las sorpresas en los últimos meses han sido muy fuertes en mi vida. Imagínense que hace apenas un mes que celebramos los 15 años de mi hija mayor me sorprendí al escuchar de sus labios, de manera espontánea, cosas que no esperaba de la forma como las dijo: “Les agradezco que sean mis padres y sepan que los amo porque son las mejores personas que conozco...”. ¡Bah!, tonto de mí sólo me aguanté las lágrimas, pero su mensaje llegó y pico fuerte y claro ese corazón que a veces se muestra duro y de pronto me recuerda a ese viejo que tanto quiero que es mi padre.
Pero bueno, las sorpresas no se detuvieron. ¿Será acaso una señal divina? No, no lo creo, son regalos que nos llegan así nomás, de manera limpia y hermosa.
Hace un par de semanas tuvimos una reunión familiar.
Cada mes nos encontramos los hermanos con sus familias y nuestros papás. Así que nos tocó cumplir en casa de los abuelos. Entre chiquillada, cantos, vídeos y comida, de pronto papá y mamá se plantaron delante de todos y, como siempre, la fortaleza en la sencillez de mi madre salió a flote cuando nos dijo: “A ver, su papá y yo tenemos algo especial que decirles y queremos que nos escuchen, es algo importante”.
¿Alguna vez su padre y su madre les han pedido perdón porque sintieron que no dieron lo suficiente para ustedes sus hijos? ¿Se ha dado alguna ocasión en que su padre, el hombre roca de la casa, de pronto llore y diga que reconoce que no estuvo tan cercano y que, aunque se justificaba la ausencia por la necesidad de comida, escuela, vestido, siente que no estuvo, que se perdió lo más importante y ya no podrá recuperarlo?
Bueno, pues eso nos sucedió a los hermanos. Ése fue el impacto agradable del día.
Una lección que, en esta ocasión, llegó como inesperada, llena, total, que nos inundó a todos de una sensación y un sentimiento que aún hoy disfrutamos.
Lloramos, hablamos, nos dijimos muchas cosas, pero al final la esencia del asunto permaneció: una vez más los padres fueron el eje de una lección hermosa que se agradece y se necesitaba.
Compartir esto es importante porque creo que reafirma esa teoría de que la familia es muy importante para el ser humano, los lazos que se crean en ella son especiales y hacen a las personas especiales.
Comprenderán ahora por qué defiendo tanto a la familia. Mi familia no deja de darme lecciones todos los días. La mía, la que formamos mi esposa, mis hijos y yo, lo hace todos los días.
Mi admiración por mis padres se triplicó, no sé a qué distancia de esta Tierra llegó, pero estoy seguro de que fue muy lejos. Espero ser un verdadero ejemplo para mis hijos de esto mismo que me tocó vivir en esta ocasión.
Definitivamente, me tocó vivir una niñez hermosa y una adultez aún mejor cada vez que descubro algo nuevo a mi alrededor en todos aquellos que quiero y me rodean.—Mérida, Yucatán.

martes, julio 14, 2009

La felicidad es difícil, sí, pero el mejor camino

“¿Es posible la felicidad en esta vida?”, me preguntó hace poco Mary, joven cuyos problemas eran tales, que en varios momentos de la larga plática que sostuvimos ese día expresó su “sueño de escapar” de sus problemas.
Con el recuerdo de una entrevista que tuve la oportunidad de escuchar a Alex Rovira respondí: “Por supuesto, la felicidad es posible en esta vida... sólo hay que apartarse del camino del miedo. La vida es una aventura y conocernos pasa por experimentarnos en todas nuestras posibilidades: profundizar, estudiar, practicar, ensayar y equivocarnos. En resumidas cuentas, hay que 'hacer' para lograr la felicidad”.Sin darme tiempo de abundar más preguntó: “¿Sí? ¿Cómo?”.
“Lo más importante no es conseguir aquello que soñamos —me escuché decir—, sino el aprendizaje y la transformación que alcanzamos en el camino hacia nuestros sueños. Cuenta la leyenda que el mejor arquero del mundo apuntaba a la luna. Te doy un ejemplo: en la medida en que caben más personas en nuestro corazón somos más felices, pero esa no es una tarea nada fácil”.
Luego de breves segundos y de una mirada profunda y clavada en mis rostro la joven sonrió y dijo: “¡Yo quiero esa felicidad! ¿Qué tengo que hacer?”.
Mi mente quedó atrapada en una serie de reflexiones. La mejor herencia que recibimos los seres humanos es aquella que nos dan otros seres humanos, la social, la moral, sobre todo la de los sentimientos, la del amor.
Ciertamente cuando una puerta se cierra, siempre se abre una ventana y por eso la premisa debe ser siempre “¡Sonríe a la vida y la vida te sonreirá a ti!”.
Traté de encontrar la mejor respuesta para Mary pero mis pensamientos estaban desbocados. Pobre cerebro, a veces ponemos a prueba su impresionante capacidad de generar ideas, pensamientos y respuestas claras.
Entonces me escuché decir: “Si pensamos que tenemos que ganarnos la vida damos por hecho que ésta está perdida, pero es todo lo contrario: la vida está ganada desde que nacemos, sólo tenemos que descubrirla. La felicidad está dentro de uno mismo, pero hay que cultivarla. ¿Tienes salud?, entonces tu vida está bien, sólo te hace falta encontrar el camino para llegar a ti misma”.
“El mundo es abundancia y está lleno de oportunidades —dice Rovira—. El otro, lejos de ser un competidor, es un cocreador. No hay que pagar ninguna factura por ser feliz, porque las mejores cosas que tiene la vida son gratis”.
Y mi cerebro voló: la vida es una actitud, es lo que hagamos de ella. Los cambios llegan a través de la convicción o la compulsión, pero pocos cambian por convicción. Los que lo hacen entienden que vivir es estar al servicio de los demás y la causa de su cambio está en ellos mismos; cambian desde el amor, con propósito, coraje y mucha fe.
Pero la mayoría cambia por compulsión, desde la inconsciencia. Piensa que el crecimiento ilimitado es sostenible, que pueden estrujar a la madre Tierra como si no tuviera alma y viven, como diría Erich Fromm, en “el tener en lugar de vivir en el ser” y es entonces cuando las crisis vienen y nos enseñan que debemos ser autoconscientes.
Por eso es vital decirnos la verdad en todos nuestros aspectos de la vida. Muchas veces nos autoengañamos para no tener que tomar decisiones y eso nos hace infelices.
Por ejemplo, decimos que tenemos un buen trabajo porque no queremos renunciar a un buen sueldo, pero no nos damos cuenta de que pagamos un precio muy alto por él: todo el día estamos agotados, no tenemos tiempo para otra cosa que no sea trabajar, nos perdemos la infancia de los hijos, la pareja, la salud...
Si nos dijéramos la verdad: “Necesito mi trabajo por el sueldo y por eso lo mantengo”, podríamos llegar a ver la posibilidad de mejorar esa situación o de buscar algo más satisfactorio que nos permita igualmente vivir bien.
Lo mismo ocurre con las relaciones de pareja y otras muchas otras facetas de la vida. Ver la verdad nos libera y nos lleva a mejorar todos los aspectos de nuestra vida, nos lleva a ser felices y a dar felicidad a los demás. Es un reto difícil mas no imposible. Créanme, vale la pena, porque lo hago todos los días y deja una satisfacción porque uno recibe mucho a cambio. Después de todo quien es feliz se rodea de felicidad, aun a pesar del pesimismo general que a diario se encuentra. No cuesta nada intentarlo y por el contrario es mucho lo que se gana.
Remate
El mayor miedo del ser humano no es a sufrir, sino a ser quien realmente es. Muchas personas renuncian a sus sueños por un sentimiento de no merecimiento, de no valía, culpa o pereza. A eso se le llama infelicidad. Pero se trata de ser conscientes de que no nos llevamos nada de esta vida, sólo lo que hemos dado. Brian Weiss dice: “Sólo el amor es real”. El amor es el valor que hace que todo crezca y amar es cuidar. Cuando somos quienes realmente somos estamos en el amor y hacemos que se diluyan las fronteras del yo para compartir con todos y así ser felices. Desde aquella plática Mary cambió mucho. Yo también. La última vez que la encontré estaba más sonriente y optimista; me dijo que aceptó su propio reto, que no era fácil pero lo intentaba y, ahora sí, disfrutaba los resultados.— Mérida, Yucatán.