La mítica Torre de Babel es una construcción que la Biblia menciona en el Génesis; de acuerdo con la narración, con la construcción de esta Torre los hombres pretendían alcanzar el cielo. A fin de evitar el éxito de esa empresa que se oponía al mandato de que la humanidad se extendiera y multiplicara por toda la superficie de la tierra, Yaveh hizo que los constructores comenzaran a hablar lenguas diferentes, tras lo cual reinó la confusión.
“Confusión”, palabra que ante la figura de la Torre se refiere a desorientación, pensamiento sin claridad, oscuro, es la incapacidad para pensar con la claridad y la velocidad usuales. Ésta —la confusión— interfiere con nuestra capacidad para tomar decisiones y hace que nos dispersemos y perdamos la atención de lo realmente importante.
Y es que es un asunto muy común, sobre todo en la familia, pues son tantas las cosas que quisiéramos lograr (alcanzar el cielo), que construimos pisos falsos en nuestra torre personal y lo único que con ello obtenemos es confundirnos los adultos y, peor, confundir a nuestros niños.
Todo este discurso viene a la luz porque hace unas semanas tuve un accidente en la mañana: un joven no alcanzó a detenerse a tiempo en un alto y golpeó mi automóvil “por alcance”. La primera reacción de ambos fue bajar de los vehículos y preguntarnos mutuamente si estábamos bien, a lo cual respondimos que sí.
Sin embargo, cuando estaba a punto de darme la vuelta para hacer todas las diligencias con la aseguradora (llamar, esperar y ese tipo de cosas) del auto de aquella persona descendieron dos pequeños —una parejita— de entre seis y ocho años de edad, a quienes el papá comenzó a regañar y a culpar del tal accidente.
De inmediato le reclamé al conductor su actitud y le recordé que el único culpable del accidente había sido él, pues sus hijos no manejaban el vehículo ni se distrajeron ni chocaron, sino que el único responsable fue él. Los niños aún no se recuperaban del susto, ambos estaban blancos como el papel: el pequeño tenía los ojos muy abiertos y la niña sólo lloraba.
La respuesta del papá fue una cara de enojo para mí, simplemente me ignoró y les dio a los niños un último regaño, para luego llamar a su aseguradora e intentar “resolver” el problema.
Los adultos de hoy vivimos en una auténtica confusión, no construimos una sociedad cuya base sea el bien común. Si así fuera, estos arranques de ira y ese descargar la furia en los más débiles no sucederían. Me pregunto qué estarían sintiendo esos pequeños, ¿cuál será el recuerdo que quedó de este accidente en el que se vieron tristemente involucrados? Definitivamente, nuestra ciudad se ha convertido en una jungla y los adultos olvidamos que fuimos niños.
La confusión es el principio de la dispersión. Si la familia es la base de la sociedad, no me quiero imaginar qué sucederá con esos pequeños que viven confundidos entre el amor y la violencia, y conste que no me refiero sólo a los niños del accidente. Y por eso vemos con frecuencia una violencia que crece, una corrupción que se arraiga, el desengaño que desalienta, la mentira que denigra...
Quien merecía una fuerte reprimenda era el papá bilioso. Descargar la furia, la frustración en los más débiles no es la solución, pues no se trata de levantar un edificio como la mítica Torre de Babel, sino de construir personas para que la sociedad sea una sociedad de bien. ¿Ser adulto nos autoriza a todo? Pienso que no.
Remate
Parece que todos hablamos idiomas distintos, pues incluso muchos a la hora de divertirse en familia no se ponen de acuerdo. Me ha tocado ser testigo de madres que gritan a sus hijos en la calle, de padres que maltratan a sus hijos hasta porque lloran. ¿Cómo cambiar esto? ¿Cómo salir de la confusión en la que vivimos? Como han dicho muchos poetas que retratan la vida y al ser humano: “¡Pobre hombre que te destruyes a ti mismo!...”.— Mérida, Yucatán.
Publicado en el Diario de Yucatán el 14 de noviembre de 2007
aaldaz@dy.sureste.com
http://angelaldazg.blogspot.com/
“Confusión”, palabra que ante la figura de la Torre se refiere a desorientación, pensamiento sin claridad, oscuro, es la incapacidad para pensar con la claridad y la velocidad usuales. Ésta —la confusión— interfiere con nuestra capacidad para tomar decisiones y hace que nos dispersemos y perdamos la atención de lo realmente importante.
Y es que es un asunto muy común, sobre todo en la familia, pues son tantas las cosas que quisiéramos lograr (alcanzar el cielo), que construimos pisos falsos en nuestra torre personal y lo único que con ello obtenemos es confundirnos los adultos y, peor, confundir a nuestros niños.
Todo este discurso viene a la luz porque hace unas semanas tuve un accidente en la mañana: un joven no alcanzó a detenerse a tiempo en un alto y golpeó mi automóvil “por alcance”. La primera reacción de ambos fue bajar de los vehículos y preguntarnos mutuamente si estábamos bien, a lo cual respondimos que sí.
Sin embargo, cuando estaba a punto de darme la vuelta para hacer todas las diligencias con la aseguradora (llamar, esperar y ese tipo de cosas) del auto de aquella persona descendieron dos pequeños —una parejita— de entre seis y ocho años de edad, a quienes el papá comenzó a regañar y a culpar del tal accidente.
De inmediato le reclamé al conductor su actitud y le recordé que el único culpable del accidente había sido él, pues sus hijos no manejaban el vehículo ni se distrajeron ni chocaron, sino que el único responsable fue él. Los niños aún no se recuperaban del susto, ambos estaban blancos como el papel: el pequeño tenía los ojos muy abiertos y la niña sólo lloraba.
La respuesta del papá fue una cara de enojo para mí, simplemente me ignoró y les dio a los niños un último regaño, para luego llamar a su aseguradora e intentar “resolver” el problema.
Los adultos de hoy vivimos en una auténtica confusión, no construimos una sociedad cuya base sea el bien común. Si así fuera, estos arranques de ira y ese descargar la furia en los más débiles no sucederían. Me pregunto qué estarían sintiendo esos pequeños, ¿cuál será el recuerdo que quedó de este accidente en el que se vieron tristemente involucrados? Definitivamente, nuestra ciudad se ha convertido en una jungla y los adultos olvidamos que fuimos niños.
La confusión es el principio de la dispersión. Si la familia es la base de la sociedad, no me quiero imaginar qué sucederá con esos pequeños que viven confundidos entre el amor y la violencia, y conste que no me refiero sólo a los niños del accidente. Y por eso vemos con frecuencia una violencia que crece, una corrupción que se arraiga, el desengaño que desalienta, la mentira que denigra...
Quien merecía una fuerte reprimenda era el papá bilioso. Descargar la furia, la frustración en los más débiles no es la solución, pues no se trata de levantar un edificio como la mítica Torre de Babel, sino de construir personas para que la sociedad sea una sociedad de bien. ¿Ser adulto nos autoriza a todo? Pienso que no.
Remate
Parece que todos hablamos idiomas distintos, pues incluso muchos a la hora de divertirse en familia no se ponen de acuerdo. Me ha tocado ser testigo de madres que gritan a sus hijos en la calle, de padres que maltratan a sus hijos hasta porque lloran. ¿Cómo cambiar esto? ¿Cómo salir de la confusión en la que vivimos? Como han dicho muchos poetas que retratan la vida y al ser humano: “¡Pobre hombre que te destruyes a ti mismo!...”.— Mérida, Yucatán.
Publicado en el Diario de Yucatán el 14 de noviembre de 2007
aaldaz@dy.sureste.com
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