miércoles, noviembre 05, 2008

Ese ingenio que nos caracteriza

Hace unos días caminaba por el centro de la ciudad y me llamó la atención la manera tan peculiar como una persona promovía su producto, aunque confieso que, a fin de cuentas, nunca supe qué producto vendía.
El individuo daba primero un fuerte silbido para después cantar... al terminar se echaba un discurso tan rápido sobre su producto, que por un momento me pareció que ni él lo entendía, para finalmente terminar con otra canción, cuya letra supongo que se relacionaba con lo que vendía porque tampoco le entendí, y luego con la misma tonada del fuerte silbido con el cual empezaba.
Esta persona me hizo recordar a muchos vendedores con las cuales me he topado a lo largo de mi vida, quienes cantan, bailan, gritan o silban de una manera peculiar, a fin de anunciar su producto y vender. Uno de ellos es aquel famoso "Miguelito, el de los pastelitos" que acotumbraba echarse una canción de promoción que variaba de acuerdo con las circunstancias, para vender pastelitos rellenos en el parque de béisbol "Kukulcán".
Pero no es el único; entre los recuerdos que tengo de mi infancia hay uno de una persona que pasaba vendiendo leche de chiva, que empezaba chiflando de un modo muy peculiar, para luego cantar el producto con una tonada parecida al de las rezadoras (con todo el respeto y admiración que me merecen), cambiando la voz al "soltarla por la nariz". Al escucharlo, todos salíamos corriendo a ver a las chivitas, primero, y, después, a esperar a que nuestra abuelita saliera con su envase a comprar la leche tomada directa de la ubre del animal, misma que de inmediato nos atrevíamos a beber. ¡Cómo son los tiempos! Nunca nos enfermamos por hacer esto, y eso que hoy consumimos todo tipo de leche alterada —desnatada, descremada, desengrasada, deslactosada y cuantos des encontremos—, a fin de evitar enfermarnos por consumirla.
Y ahí está también el que vende elotes, el de los esquites, los afiladores, quienes venden banderillas y, en algunos lugares donde se tiene la suerte de verlas, algunas vendedoras de frutas y verduras ambulantes (que realmente caminan para vender su producto), quienes al pregonar pareciera que cantan lo que venden.
Lo cierto es que el ingenio de muchas personas que se dedican a vender en las calles logra la meta final, pues gracias a su creatividad la gente le compra sus productos.
Pero volviendo a la persona que encontré en el centro de la ciudad, no tuve tiempo de acercarme para saber qué vendía, pero pude observar que muchas personas se detenían, sea por interés o por simple curiosidad, a su improvisado puesto y luego salían con algo en las manos; o sea, que resultaba la mecánica de silbar, cantar, hablar, cantar y silbar. Qué bueno que pude ser testigo de esta peculiar escena, porque además de que me pareció algo muy curioso, también me transportó a una época en la que lo único que podía hacer era disfrutar del momento siendo niño, y créanme que me hizo muy bien.— Mérida, Yucatán.
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lunes, noviembre 03, 2008

El ser humano cae por culpa de sí mismo

La noticia llegó como un golpe seco, como una puñalada directa y artera al corazón, así como asesinaron al pequeño.
¿Hasta dónde puede llegar la crueldad humana?, me pregunto. Creo que hasta donde el corazón del hombre cruel se atreve.
Una de las degradaciones más notorias del ser humano está en la manera como trata a sus congéneres, en especial a los más débiles, a los más indefensos.
La noticia circuló en los medios de comunicación: unos secuestradores en la ciudad de México asesinaron a un niño de cinco años inyectándole ácido directamente en el corazón, luego de enterarse de que la policía los buscaba.
Pregunto de nuevo: ¿Hasta dónde llega la crueldad humana? Estos asesinos, además, enterraron al menor en un cerro, lo abandonaron...
¿La víctima pagó alguna culpa, algún pecado? Simplemente la locura del ser humano llega a tales extremos que es capaz de perder los motivos de su existencia y envilecer su corazón a un grado tal que acaba consigo mismo y, cuando no, con pequeños indefensos.
Y es que en México, hablando de cifras oficiales, entre enero y septiembre de este año se reportaron 651 secuestros, de los cuales el 60% tuvo como resultado víctimas fatales.
Si ya de por sí las cifras son alarmantes en cuanto a niños no nacidos asesinados, es muy doloroso enterarse cómo en algunas partes del mundo se asesina a pequeños, sin piedad, y más triste aún saber que en México tanta insensibilidad ya nos enfermó.
Hay informes que revelan que aproximadamente entre cada seis a 10 minutos se asesina la vida de un inocente, es decir, cerca de 100,000 niños muertos, sin darles siquiera la oportunidad de haber nacido... imagínense, lo que tardamos en tomar un café.
Los niños son esos seres maravillosos que siempre nos enseñan que la vida es algo valioso y que hay que vivirla sin complejos, con libertad y con la inocencia natural que todos poseemos.
Ante este evento, confieso que hoy se cruzó por mi mente la extraña tentación de exigir la muerte para esta clase de asesinos, pero la voz de la prudencia me dice que no es así como debemos combatir este problema. El mal no se contrarresta con el mal.
Quizás sea un iluso, pero creo en las palabras de Teresa de Calcuta cuando dice: "Ama profundamente... hasta que duela; y después de que duela, ama de nuevo".
Todos tenemos una tarea urgente: la de buscar la manera de cambiar nuestra visión del mundo y de todos los que nos rodean, a fin de preservar al ser humano; no sólo es una obligación urgente, sino que es una cuestión de supervivencia, de vida o muerte para nuestra raza. ¿Hasta cuándo lo entenderemos?

Remate
Elevo una oración por este pequeño que no mereció sufrir la estupidez ajena en su versión más baja y denigrante... Siento culpa ajena por esto que sucedió.— Mérida, Yucatán.
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