lunes, enero 28, 2008

Son 47 abrazos de agradecimiento y mucho más

Cumplen 47 años, sí, y hay que reconocer que en este caso no se cumple el conocido refrán del "qué aguante", sino más bien el del ejemplo de amor y fidelidad de dos personas que se aman y se mantienen unidas en cualquier instante, situación y momento.
Y es que, analizando bien las cosas, son 47 años de los cuales 43 de ellos me corresponden a mí como parte de su historia, como parte de su vida, algo que agradezco y reconozco como lo más valioso de mi vida: pero además, es un lujo saber que ellos también forman parte de mi vida, sólo que en mi caso ellos llenan los 43 años que me han tocado vivir.
Gracias a ellos soy quien soy y también mis hijos son, como estoy seguro que es el caso de todos mis hermanos y hermanas.
Hoy les pido a todos ustedes, mis amigos, que como familia hagamos un reconocimiento al amor de estas dos personas que han servido de ejemplo para muchos, en especial para nosotros, sus hijos; que se deje constancia de que hoy es un día especial, un día dedicado a la fidelidad y al amor, al ejemplo y a la constancia. Es un día dedicado a mis padres; ellos cumplen 47 años de permitirnos ser familia a través de su unión; son 47 años y esperemos muchos más para que todos los disfrutemos: hijos, nietos y amigos. Porque gracias a ellos ya somos una familia numerosa y estamos seguros de que seguiremos creciendo, en lazos de sangre y espirituales.
Felicidades Ángel y Adriana, papá y mamá, se merecen no sólo un aplauso, sino un abrazo eterno de agradecimiento. 29 de enero de 2007.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
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jueves, enero 24, 2008

Del susto a las lecciones, en ida y vuelta

Hay muchas situaciones curiosas que vivimos a diario y a pesar de ello pasan desapercibidas.
Cada persona, cada cual que comparte con nosotros un espacio, un tiempo, nos enseña tantas cosas, incluso sin que nosotros nos percatemos de ello. Y les pongo un ejemplo de esto.
Hace un par de días por la noche, caminaba al estacionamiento luego de terminar mi horario de trabajo. Al llegar a las puertas del lugar en la oscuridad surgió de pronto un joven con claras muestras de intoxicación, no estoy seguro si sólo por alcohol o incluso, también, por drogas.
El caso es que luego de recuperarme del susto —confieso que me puso muy nervioso su presencia—, caí en la cuenta de que tenía la mano extendida, mientras me decía: "Amigo, ya me gasté todo lo que tenía en la 'farra' y no te voy a mentir, hace rato pensaba asaltar a alguien para conseguir 'lana' e irme a mi casa, pero lo pensé bien y prefiero ser honesto, y pedir que me presten... ¿Tienes algo para darme?".
Obviamente luego del susto y los nervios, reconozco que sus palabras me dejaron confundido, no sabía si agradecerle su sinceridad o darme la vuelta y simplemente ignorarlo e irme. Pero por las muchas dudas que me asaltaron en ese momento, decidí darle lo que tenía, 10 pesos para dos camiones, y le dije: "Te agradezco que seas sincero y te respondo de la misma manera: sólo tengo 10 pesos y te los ofrezco, suficiente para dos camiones. Espero que te sirvan".
El joven levantó la mirada y me sonrió... luego me dijo de sopetón: "Sí me sirve y es mejor que robar, ¿no cree, jefe? Gracias", y se marchó en silencio hasta perderse en la oscuridad de la calle.
Aunque por mi cabeza pasaron en unos cuantos segundos muchas ideas —muchos "ysihubieras"—, finalmente me enganché de nuevo en el mundo real y agradecí a Dios que las cosas hayan sucedido de esa manera; ya con calma en el automóvil y camino a casa reflexionaba en lo que había pasado y, una vez más, confirmé que la naturaleza humana es tan especial, que siempre sorprende y enseña.
Esa noche aprendí algo, además de que ahora tengo mucho más precaución a la hora de caminar solo por la noche en una calle casi desierta: que siempre hay un resquicio de honestidad que nos puede cambiar, nos da luz para evitar tragedias innecesarias. Lo veo como esa vocecita que todos tenemos dentro, aquella que quizás nos recuerda que debe haber una comunión especial con los de la misma naturaleza y especie, y que la mayoría de las veces es imperceptible para nosotros.
Sé que todo lo que sucedió fue totalmente accidental, circunstancial lo llamarían muchos, pero todas las lecciones que aprendimos aquel sincero desconocido y yo ese día sucedieron por algo. Yo les puedo asegurar que esa noche ambos aprendimos muchas cosas, sobre todo y en especial de nosotros mismos.

Remate
A lo largo de la vida de cada ser humano, el sentido de vivir va cambiando poco a poco, alimentado de las experiencias que se recogen en el camino. A veces resulta muy difícil reconocer cuáles son esos puntos que nos hacen ser mejores cada día, pero he ahí que tenemos la oportunidad de crecer, aunque no nos demos cuenta de ello. ¡Qué maravillosa es la vida que nos da oportunidad a cada momento!— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
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miércoles, enero 23, 2008

Todos se quejan, pero nadie actúa

Las quejas que por problemas de tránsito en el centro de nuestra ciudad se oyen entre la gente no son para menos.
Exceso de vehículos en el Centro Histórico, “paraderos” —hoy disfrazados como zonas de ascenso y descenso—, así como peatones mal educados que caminan en las aceras como si estuvieran solos y aislados de todo el mundo, algunos incluso transitando sobre el arroyo, complementan los problemas de una ciudad cuyo trazo urbano se inició en 1542, y aún continúa ajustado para una época que no es la nuestra.
Caminar por las aceras, sobre todo del Centro Histórico, es toda una aventura, pues uno se puede encontrar a todo tipo de gente: aquellos que van ágilmente y de pronto se detienen a media acera para admirar —o sólo para ver— algo que les llama la atención en alguna vitrina o escaparate; pero también están quienes caminan lento y en zigzag, como pretendiendo que el que va detrás de ellos no los rebase, a menos que éste descienda a la cinta asfáltica, con el riesgo de ser atropellado por algún conductor grosero que piensa que la ciudad y las calles sólo le pertenecen.
Pero también encontramos a personas que avanzan como quizás lo hacen en la vida: sin precaución, empujando y golpeando a los demás, tirando basura, dando la vuelta de manera intempestiva o hablando por teléfono en voz tan alta, que uno se entera incluso de sus problemas.
Un ejemplo claro de la nula colaboración de todos es el uso que la gente hace de los semáforos peatonales, más bien del no uso de estos aparatos que tanto nos costó a los ciudadanos.
¿Ha visto usted cómo a pesar del riesgo que representa cruzar las calles debido a los bólidos que circulan en el centro la gente pasa de una acera a otra sin ninguna precaución, aunque los mentados señalamientos peatonales digan que tienen alto?
Bueno, ni los policías de azul, aquellos que “vigilan ” en los cruceros por la seguridad de todos; ni siquiera ellos multan a los peatones por la infracción cometida; el colmo, ni siquiera les llaman la atención e incluso dicen que no lo hacen porque los “ciudadanos de a pie” se molestan y los insultan, y algunos hasta los agreden. No lo entiendo, ¿no que ellos son la autoridad?
En fin que nuestra ciudad se muestra hoy como una muy especial. Todos se quejan de que hay problemas, pero de manera increíble nadie pone su granito de arena para que las cosas mejoren. Así somos de folclóricos los yucatecos para quejarnos de todo, pero igual lo somos de irresponsables a la hora de colaborar.

Remate
Nada nos cuesta empezar a actuar por el bien de todos. Es cierto, no todas las cosas están bien, pero hemos de aceptar que mucha culpa de esto la tenemos todos, pues el sentido de colaboración mutua, la empatía y la tolerancia no son los fuertes de los yucatecos, eso ya está demostrado. Además, es claro que cuando todos colaboran en cualquier encomienda las cosas no sólo salen bien, sino que traen beneficios adicionales. Es cuestión de pensar en el bien común; después de todo, de nosotros depende crecer... y vale la pena empezar. Y esto va también para nuestras autoridades.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
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sábado, enero 19, 2008

El transporte, un cáncer que casi nos gana

Aunque el 12 de enero el Diario advirtió que la falta del convenio de colaboración en materia de transporte urbano entre el Ejecutivo y el Ayuntamiento ya tenía un impacto económico en el erario, pues desde el 31 de diciembre de 2007 el Departamento de Transporte Municipal no aplica multas a los operadores y permisionarios infractores, en la realidad el impacto es aún mayor no por un vacío o laguna en la ley, sino porque los responsables de hacer cumplir la ley aún no asumen sus funciones.
Tristemente, en el debate político —perdón, no encuentro otra palabra para calificarlo— de si el Ayuntamiento acepta o no las condiciones del gobierno del Estado para la firma de un acuerdo que permita seguir el trabajo de vigilancia, control y sanción del sistema de transporte público, todos sufrimos las consecuencias de una total anarquía en este asunto.
Y es que, pese a que los inspectores de transporte del Ayuntamiento continúan la vigilancia de rutina para que los choferes respeten las normas de este servicio, el plan de paraderos de ascenso y descenso en el Centro y el cobro de tarifas autorizadas, ciertamente no tienen las facultades para aplicar la ley e imponer las sanciones respectivas a los choferes y concesionarios del transporte.
Hay que decirlo: al no tener el Ayuntamiento las facultades de vigilancia, control y sanción del transporte público de pasajeros, los ciudadanos vivimos en tierra de nadie, pues los choferes actúan, hacen y deshacen, cometen infracciones y se burlan de las autoridades municipales, pues saben que éstas nada pueden hacer en términos de la ley, mientras el mentado convenio siga entrampado en un juego político sin razón.
Un ejemplo de esto que hoy sufrimos sucedió ayer viernes 18, cuando un camionero con antecedentes penales de la empresa Minis 2000, ruta “Chuburná 21” —por cierto, rodeada de muchas denuncias ciudadanas—, atropelló y dio muerte a una mujer en pleno centro de nuestra ciudad.
No somos peritos, pero hemos podido consultar a los expertos y lo que se reconoce es que es imposible pensar que circulando a una velocidad moderada, la permitida para esa zona de la ciudad, alguien pudiera atropellar y dar muerte a un peatón, aun cuando se reconozca la irresponsabilidad de este último a la hora de cruzar la calle.
Las autoridades no han entendido la voz ciudadana. Ya basta de pensar que el poder sirve para entrampar y hacer sólo lo que convenga a los intereses personales, lejos del bien común.
Hay un hecho: por impedimento de ley, porque carece de facultades, hoy el Ayuntamiento no aplica las multas a los infractores y por consiguiente todos los involucrados en este servicio se burlan de la autoridad.
Pero, efectivamente, no existe ningún vacío legal, pues la ley es clara al decir que las facultades de control, organización, sanción, etcétera, del transporte público pertenecen al gobierno del Estado, quien puede delegar algunos de estos derechos al Ayuntamiento para aliviar la carga que esto representa. Es sólo sentido común y de colaboración, es buscar el bien común. Vale preguntar: ¿por qué no hacen la tarea?
Para que usted se dé una idea de este enredo: de la fecha de vencimiento del último convenio, el 31 de diciembre de 2007, a hoy, a diario se dejan de aplicar, cuando menos, unas 35 multas al día, es decir unas 665 boletas en los primeros 19 días de este año.
Si observamos en los paraderos públicos, los inspectores de la Dirección de Transporte del Estado, pese a que se sabe que aún no existe convenio alguno firmado con el Ayuntamiento, no han asumido el control ni la vigilancia del transporte de la ciudad.
Y el problema sigue, pues algunos regidores consideran que la polémica desatada por este asunto aumentará, porque el gobierno del Estado también quiere controlar la autorización de las ampliaciones de rutas, pese a que el Ayuntamiento rige el desarrollo urbano de Mérida.
Amén de las discusiones, ya estamos cansados de que todos hablen y hablen a su favor, pero no demuestren voluntad para solucionar los problemas. Los ciudadanos ya estamos hartos de que la historia del transporte urbano sea la de un camino mal trazado, pero peor, que cada día ese camino empeore con las rocas que de pronto surgen para obstaculizar la llegada de soluciones.
Nadie se pone de acuerdo, pero tampoco nadie quiere asumir la responsabilidad en este problema; mientras tanto, tristemente seguiremos viendo accidentes como éste en el que, al final, el único responsable de las irresponsabilidades de las autoridades, aunque no queramos, es el ciudadano. ¿Hasta cuándo?

Remate
El juego político está en movimiento para todos los partidos del estado. Qué triste que todos los actores del quehacer público se ocupen en resolver sus problemas para lograr, al final de cuentas, un buen capital político; la interpretación que doy a este “capital político” es “mejor ingreso económico” para ellos, es decir, poder. Mientras tanto, los ciudadanos, como los chinitos, sólo estamos milando, calladitos; la sociedad es la base del quehacer público, ¿hasta cuándo se entenderá? situaciones como el infortunado accidente del viernes no deben suceder jamás. Una cosa es cierta, Yucatán se está conformando con su realidad y está dejando pasar la oportunidad de cambiar muchas cosas; es el momento, sólo falta fajarse los pantalones para actuar, ¿podremos hacerlo?— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
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viernes, enero 18, 2008

La no violencia ¿empieza en casa?

La lucha por desarrollar una cultura de los derechos humanos que busque la equidad entre las personas hace más notoria hoy la violencia familiar, lo cual ocasiona que ésta tome otra dimensión.
En nuestro medio, el problema se ve cada vez más como una enfermedad social, pues más sectores resienten sus consecuencias en la salud, en el funcionamiento de las familias, en el desarrollo de las comunidades, del Estado y, por tanto, en el desarrollo del país.
En México, como en otros países, la violencia es reconocida como un problema de salud pública ya que impacta a la salud de las personas en todas las áreas de su desarrollo. Así lo demuestran los datos estadísticos de investigaciones en diferentes países, los cuales han demostrado la amenaza que significa para la salud de mujeres, niñas, niños, adolescentes, embarazadas, adultos mayores y gente discapacitada.
Yucatán cuenta con un panorama epidemiológico para este problema, pero sólo de los casos que acuden a las unidades de salud a solicitar atención médica posterior a la agresión familiar.
De acuerdo con algunas cifras, en 2001 se reportó un total de 45 casos de violencia, y en 2002, 56. Los grupos de edad más afectados son los de 20 a 24 años y de 25 a 44 años, con importante predominio en el sexo femenino, principalmente en el hogar.
En 2005 se reportaron 159 casos y en 2006, 449; este aumento se debió a que los médicos ya detectan la violencia y la registran. Aparentemente las cifras son “mínimas”, pero no se contemplan las que fueron denunciadas ante la autoridad judicial y menos las que en medio del terror nunca se denunciaron ni se denunciarán.
La participación de fenómenos relacionados con los cambios sociales, culturales y medios de comunicación son algunas de las razones por las que la desintegración familiar se vuelve cada vez más un tema complejo.
De acuerdo con la académica de la Universidad Autónoma de Yucatán Dora Ayora Talavera, los medios de comunicación y el contacto con otras culturas contribuyen en la elección de otros tipos de vida familiar. “El impacto de los medios (de comunicación) se refleja en la convivencia. La televisión y el Internet propician que la familia ya no sea como antes, que sus integrantes tiendan al individualismo y al aislamiento”.
Un ejemplo de esto lo encontramos cuando la familia, en vez de salir a pasear, prefiere quedarse en casa con el padre sentado ante la computadora; la madre, ante la televisión, y los hijos frente a los videojuegos. ¡Todos están juntos, pero nadie convive!
La violencia familiar afecta a todos los ámbitos sociales del desarrollo, empezando por la misma familia, en especial a grupos vulnerables: niños, discapacitados, adultos mayores e indígenas. Las estadísticas no engañan, en Yucatán hay un elevado número de violencia familiar y los más agresores son los hombres.
Ante la falta de acciones institucionales directas, organizaciones no gubernamentales trabajan para cubrir los vacíos dejados por el gobierno y, en la práctica, han sido estos grupos los que exigen políticas públicas para atender la violencia.
Son las autoridades las que deben promover y difundir las acciones que en el país se realicen.
Hay que tomar en cuenta que lo que llamamos “cifras” en relación con este problema, en realidad son vidas que están en peligro latente a causa de golpes y maltratos. Por eso, para atender de manera real e integral este problema, se requiere la concurrencia de todos: gobierno, empresarios, escuelas, asistencia social y de salud, las ONG, etcétera, en un trabajo sostenido.
Las autoridades difícilmente podrán hablar de que se estén revirtiendo las cifras de violencia, porque no hacen un trabajo exitoso, y porque al parecer carecen de voluntad política.
Es urgente que se promuevan acciones en todo el Estado para que se conozcan las normas y las obligaciones, a fin de que luego todos los actores participen asumiendo su responsabilidad.
A fin de cuentas, y siempre lo hemos dicho, nuestra sociedad tiene su fundamento en la familia, pero de una familia destruida, donde la violencia es su razón, no se puede esperar nada más que violencia. Porque lo que en la familia recibimos, eso mismo damos a la sociedad, así la construimos. ¿Por qué entonces nos quejamos de la violencia que vemos, si no luchamos para erradicar la que vemos en casa?

Remate
De acuerdo con un estudio del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) y el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, de las 32 entidades federativas del país, 24 regulan la violencia familiar, mientras que ocho no la contemplan en sus legislaciones. Además, en 27 entidades se establece la violencia familiar como delito penal y sólo en 13 códigos penales se tipifica la violencia entre cónyuges. La violencia doméstica es un problema más grave de lo que se cree; incluso la preocupación se vuelve terror al descubrir a muchos niños y adolescentes en la escuela que piden ayuda ante una situación de maltrato; resultan muchos más los casos reales de los que se cree. La labor empieza en casa, pero si ahí no hay el refugio para el crecimiento sano e integral de las personas, es mejor pedir ayuda, pues es obligación de las autoridades no sólo castigar, sino también defender y proteger a las víctimas.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
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Para variar, no hicieron la tarea

Cuando el 1 de enero de 1994, hace 14 años, entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o TLCAN —conocido también por TLC o Nafta por sus siglas en inglés “North American Free Trade Agreement” o Aléna, del francés “Accord de libre-échange nord-américain”—, se sabía que en un proceso de desgravación escalonada quedaría establecida una zona de libre comercio entre Canadá, Estados Unidos y México.
El Tratado eliminaría, ciertamente, fronteras para comerciar y facilitar el cruce de una línea a otra, para el movimiento de bienes y servicios entre los territorios de los países miembros, y se quitarían las barreras al comercio entre Canadá, México y Estados Unidos, estimulando el desarrollo económico y dando a cada país integrante igual acceso a sus respectivos mercados.
Ante este acuerdo, el gobierno mexicano comenzó el planeamiento de un programa propio que más tarde introduciría las industrias maquiladoras en el norte de México. El “programa de maquiladoras” fue impulsado por el gobierno mexicano como respuesta al cierre del programa “Braceros”, por el cual se autorizaba a trabajadores agrarios mexicanos a realizar trabajos temporales legalmente en territorio estadounidense.
Aunque el proyecto del TLC se visualizaba como algo a cumplirse totalmente a largo plazo luego de entrar en vigor, era claro que para que funcionara se debían eliminar los obstáculos al comercio, a fin de facilitar la circulación fronteriza de bienes y servicios entre territorios de las partes firmantes.
En el ínter de todo este asunto, el trabajo legislativo debió enfilar sus baterías para proteger —algunos le dicen “blindar”— el comercio interior y los productos y servicios mexicanos, ante el inevitable embate de los correspondientes productos y servicios extranjeros que se esperaba que llegara.
Esto no ha ocurrido y en cambio, al irse dando la desgravación progresiva de productos y servicios, un sentimiento de abandono de parte de los mexicanos se ha hecho sentir, independientemente de los beneficios reales que el propio Tratado propone, pues no existe una legislación interna que nos promueva y proteja.
En el transcurso de los últimos meses, tanto en el ámbito del campo como en el automotriz, se han escuchado voces que manifiestan no estar de acuerdo con lo que han calificado como “puñalada trapera” del gobierno mexicano —a causa del TLCAN— a los campesinos y a las cámaras de varios sectores empresariales, y no se repara en la irresponsabilidad del Poder Legislativo en el asunto.
No estamos de acuerdo con quienes piensan que el TLCAN nos vino a acabar completamente, porque no podemos competir con dos países económicamente poderosos, pues el tiempo para preparar precisamente el golpe fuerte que el Tratado daría no lo usaron nuestros legisladores para blindar, proteger y prevenir cualquier problema, al quedar totalmente liberado el comercio entre México, Estados Unidos y Canadá.
Es fácil hacer mucho ruido, pero una cosa es cierta: el espíritu del TLCAN sólo busca impulsar comercialmente a México en el exterior. Sólo que para que eso suceda, se debieron poner las condiciones legales para que los productos y servicios en el país elevaran su calidad y se pusieran a la altura del primer mundo.
Como siempre, los legisladores no hicieron la tarea a tiempo; no es raro pues en las últimas décadas pretextos no han faltado para justificar la falta de aprecio por el pueblo de México.
Es curioso, hoy se levantan voces para quejarse por el TLC, cuando en el tiempo que tuvieron previo al golpe final —suficiente por supuesto— no hicieron la tarea; estamos seguros de que no porque no pudieran, sino porque no quisieron hacerlo.

Remate
No todo es miel sobre hojuelas en el caso del TLC y hay que reconocerlo: ante la pregunta “¿a quién ha beneficiado el TLC?”, cabe decir que con el acuerdo no se ha fortalecido la soberanía mexicana, ni hay relación directa con las luchas por la democracia, como especulaban muchos de sus animadores; tampoco ha disminuido la emigración mexicana a Estados Unidos, ni ha mejorado la economía, el bienestar de las mayorías, ni la amistad de los pueblos mexicano y estadounidense. Todos aquellos que promovieron entusiasta y activamente el Tratado de Libre Comercio se imaginaron que con tan histórica decisión las relaciones entre México y Estados Unidos tendrían que ser de manera inevitable mejores que nunca. Y quizás tenían razón, sólo que no contaron con que los legisladores dejarían pasar mucho tiempo para preparar al país, a fin de evitar un problema como el que estamos viviendo. Peor aún, luego de 14 años de haberse iniciado el TLC, ni siquiera la amistad México-Estadounidense mejoró, por el contrario, está en uno de sus peores momentos.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com
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