sábado, diciembre 30, 2006

El gran regalo que tuvo José

A sus 53 años de edad, José era un hombre que había vivido cada Navidad —desde 1985— con el alcohol entorpeciéndole el cerebro. Él pensaba que ninguna celebración navideña era buena si no tenía el “toque” especial de una botella o de varias cervezas, con tal de olvidar sus pesares.
Ésa había sido la historia de cada 24 de diciembre: beber hasta perder los sentidos y luego hacerse el “centro de atención” en la reunión familiar, al grado tal, que muchas veces sus padres lo mandaban a dormir o a celebrar a otra parte, es decir, lo corrían de ese encuentro de familia.
Amén de la devoción que demostraba José en la celebración religiosa y en la ceremonia de la “acostada del Niño”, ninguna Navidad desde hacía 20 años había terminado bien para él.
Y es que su “gusto” por la bebida en esas fechas tenía que ver con la pérdida de su familia en la Navidad del 84, cuando un conductor ebrio chocó contra su automóvil, mientras se dirigía precisamente a la celebración de la cena navideña en casa de sus padres. Sólo él sobrevivió y su afición al alcohol nació hasta hacerlo esclavo, sin escape, del vicio.
El año pasado, durante la preparación de la cena navideña, José se presentó en casa de sus padres y pidió que lo disculparan porque esa vez no asistiría. Les dijo que prefería cargar su dolor solo y que creía que no necesitaba que los demás sintieran lástima por él, y menos que lo rechazaran.
El padre de José, hombre de 75 años, de rostro adusto y de pocas palabras, lo observó y después de beber un sorbo de su café le preguntó: “¿Estás seguro? ¿No quieres compartir nuestra mesa? A tus hijos y a María les encantaba venir y estar con nosotros”.
“Por eso no quiero estar —respondió José—, su recuerdo aún me duele y sería imposible soportar un año más así. Decidí luchar para superar esto, pero para lograrlo necesito vivir una Navidad únicamente para mí”.
“Bien, si ya lo pensaste... Pero sabes que aquí estaremos..., esperándote”, le respondió su padre.
Llegada la Nochebuena, José se dispuso a dormir sin tomar un solo trago. Esa noche sería la primera en la que lucharía contra el deseo de beber. Sin embargo, el dolor de los recuerdos alimentó sus deseos de empujarse una bebida. Las ganas eran tan fuertes, que para evitar caer decidió hacer algo de inmediato.
Entonces tomó su caja de recuerdos, ésa donde guardaba unas cartas que enviaba a María, su esposa, cuando eran novios, y además conservaba algunos “recuerdos” de sus dos hijos.
Mientras hurgaba con impaciencia, ahí, en el fondo y bien escondido, descubrió un pequeño sobre que no había visto durante los 20 años que había revisado el recipiente, quizás porque lo había hecho mientras los vapores del alcohol le embrutecían la mente.
Tomó el sobre y lo abrió..., en el interior había una cruz y una cadena, y ¡una carta con la letra de su hija! Apurado la leyó y al concluir lloró amargamente, como nunca lo había hecho. Habrá pasado una o dos horas..., pero lo cierto es que su llanto fue muy purificador.
Estaba decidido. José tomaría el sobre y de inmediato se arreglaría para acudir a la cena familiar; tenía que decirles que había comprendido, que ya no habría más bebida, que iniciaría de nuevo y no volvería a caer. Y así lo hizo.
En la casa de los padres de José la celebración había empezado; de suyo, la ceremonia del Niño recién concluía y se preparaban todos para el intercambio de regalos, al que por cierto el mismo José no se había incluido.
Al llegar a la reunión, José pidió a su padre que antes de continuar le permitiera hablar, pues tenía algo importante que decir.
De pie y con los ojos aún hinchados por el llanto, José dijo que había recibido su regalo de Navidad. Las miradas se clavaron en él. Ahí, en medio del grupo y enseñando el collar y la cruz colgados en su cuello leyó: “Hola papi, esta Navidad hemos prometido que no te haremos enojar, porque te amamos. Disfruta tu regalo y que tengas una feliz Navidad. Tu familia. 24 de diciembre de 1984”.
Ese día y después de 20 años, José recibió el mejor regalo de todas las navidades. Dios le concedió uno que casi había olvidado: la trascendencia del amor. ¡Feliz Navidad para todos!— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com

viernes, diciembre 15, 2006

El daño ya es muy profundo

Civismo. Conjunto de ideas, sentimientos, actitudes y hábitos que hacen de los individuos y grupos buenos miembros de las sociedades en las que se integran, y, según la Secretaría de Educación, da “las bases de información y orientación sobre los derechos y responsabilidades, relacionados con la condición actual y con la futura actuación ciudadana”.
Valores sociales bien definidos, como la legalidad y el respeto a los derechos humanos fundamentales, la libertad y la responsabilidad personales, la tolerancia y la igualdad de las personas ante las leyes, y en general la democracia como forma de vida son importantes.
Es un hecho que la cuestión cívica no se puede circunscribir a cursos formales o a la enseñanza de contenidos aislados. Hoy, ante tantas “muestras” de personajes de la política, los contenidos cívicos mantienen un carácter meramente declarativo y ejercen escasos efectos sobre la formación académica y ciudadana, antes bien sólo crean confusión.
Una de las grandes dificultades consiste en que a esta materia se le considera un compendio de normas y de leyes, sin ningún referente real. Si de lo que se trata es de hacerse responsables de la cosa pública, ¿cómo se pueden obtener resultados sociales adecuados si niños y jóvenes están inmersos en un torbellino político sin solución? ¿Cómo hacer buenos ciudadanos si las referencias cercanas contradicen los conceptos aprendidos? Hoy todo ha cambiado: quien grita, pega y falta al respeto a la autoridad es un “buen ciudadano”. Quien marcha, exige, bloquea el crecimiento de otros, pisotea los derechos de los demás y a las instituciones no sólo es un “buen ciudadano”, sino “mejor político”. Mandar al diablo a las instituciones, pero comer y aprovecharse de ellas es sinónimo de “caudillo”, de “excelente político” y de “gran patriota”.
Pasar por encima de los ciudadanos en decisiones impropias, inadecuadas y contra el bien común por parte de funcionarios de cualquier nivel ahora da la categoría de “buen mexicano”.
Justamente la premisa de que el buen ejemplo es el mejor maestro se aplica hoy día en México.
Contrario a una verdadera actitud cívica, el mal ejemplo se propaga y cunde no sólo destruyendo la conciencia colectiva ciudadana en nuestro país, sino también causando efectos divisores y destructivos de la sociedad misma.
Hoy, hacer mexicanos conscientes y cívicamente responsables es difícil frente a tanta porquería de quienes debieran ser ejemplo para la nación. Han hecho mucho daño sus manifestaciones sucias y, si no se actúa de una vez por todas contra ellos, el daño al país será más profundo.
Ningún representante de cualquier partido contribuirá a mejorar nuestra condición de país, de nación, en tanto no se cambie esa actitud y se pugne por el bien de México, esa nación que no existe por los políticos, sino por la riqueza y la diversidad de su gente.
Remate
A propósito de Civismo y del tema de la discriminación, coincido con los puntos de vista de una amiga que es maestra, sobre el problema de la Luis G. Monzón: “La moda hoy es la diferencia y la pluralidad de personas. Yo a quien responsabilizaría de esto es al sistema y a la sociedad, no a una trabajadora y profesional, pues al fin y al cabo ella es producto de esa sociedad y de la escuela que el sistema educativo ha formado... Artículos como el tuyo nos hacen ver a las maestras como irresponsables y criminales, cuando en verdad hacemos lo que podemos con lo que tenemos, pues el sistema educativo no nos ofrece condiciones humanas para ejercer nuestro trabajo de educar y transformar a la sociedad; en Mérida, hoy por hoy, existe un enfrentamiento entre las personas, en particular entre los padres de familia y las maestras”. Mis respetos y admiración para las maestras por su labor y aclaro que de ninguna manera creo que sean irresponsables y criminales. Vale reflexionar esto después.— Mérida, Yucatán.
aaldaz@dy.sureste.com